En pocos días más, los argentinos iniciaremos el proceso electoral que posibilitará el recambio del gobierno el próximo 10 de diciembre. La importancia de estas elecciones resulta superlativa, ya que las elecciones nos colocan ante la instancia de optar por la continuidad y profundización de un proyecto productivo, con inclusión social y ejercicio pleno del pluralismo y la participación, en el marco de una nación soberana, o un retorno a aquel pasado de oportunidades perdidas y liquidación del patrimonio nacional, donde los profundos virajes económicos y la interrupción de la vida democrática marcaron a fuego la matriz de nuestra sociedad.
Por primera vez, los argentinos celebramos 32 años de vigencia ininterrumpida de la democracia, proceso que, lejos de caracterizarse por su calma, sacó a la luz las tensiones, contradicciones y capacidad de presión de intereses corporativos y particulares, locales y foráneos, sobre las renacientes instituciones políticas. Por el lado negativo, podrían señalarse los altísimos costos sociales y económicos que causó esa confrontación. Por el positivo, que como sociedad hemos ganado una experiencia invalorable, que, sobre todo en la última década, permitió recuperar la participación política, social y cultural –en particular de los jóvenes y de sectores sociales que no registraban experiencias previas-, consolidar la matriz democrática, y recuperar las herramientas políticas y económicas indispensables para recuperar nuestra soberanía nacional.
El balance de estas tres décadas de vigencia de las instituciones democráticas nos presenta a una sociedad que, saliendo de la catástrofe que significó en todos los indicadores sociales la ultima Dictadura Cívico-Militar, debió afrontar una etapa de redefinición de las reglas de juego y progresiva consolidación de la democracia, para concluir en la refundación del Estado Social en 2003, que posibilitó la reinserción regional en la órbita del MERCOSUR y de la UNASUR, el desendeudamiento, la recuperación de la soberanía nacional y la inclusión social y educativa de las grandes mayorías populares.
En síntesis, estos 32 años fueron el terreno de disputa entre intereses políticos, corporativos y sociales, que posibilitaron la definición de una nueva matriz social y política, esto es, la celebración de un Nuevo Contrato Social. El consenso social que merece este nuevo modelo social y estatal queda ejemplificado magníficamente en cada una de las elecciones presidenciales de estos últimos doce años, que significaron verdaderos plebiscitos sobre las políticas de Estado, sino también en la necesidad que por estos días evidencia la oposición de tener que adoptar como propios un conjunto de leyes y políticas de inclusión social y reafirmación de la soberanía nacional a las que se opuso y pretendió vetar, incluso por la vía jurídica, hasta no hace más de un mes. La AUH, la re-estatización de Aerolíneas y de YPF, Fútbol Para Todos, Jubilaciones y Pensiones…
Esta especie de desesperado travestismo político de la oposición, sumado a otras propuestas a mitad camino entre la ciencia ficción y el cinismo, como por ejemplo, la eliminación de las retenciones a las exportaciones de los productos agrícolas, la liberación del mercado cambiario, la eliminación inmediata del impuesto a las ganancias, combinadas con promesas de significativos aumentos salariales y mejoras provisionales, sin aclarar de qué manera podría simultáneamente desfinanciarse el Estado, ponerse de rodillas ante los fondos buitres, eliminar el sistema recaudatorio e incrementar los niveles de ingresos de trabajadores y jubilados, conducen necesariamente a un cuello de botella que no por conocido nos resulta menos trágico: un cóctel explosivo que suma ajuste, recesión, endeudamiento, destrucción del empleo,exclusión social, fragmentación regional, eliminación de las políticas sociales.
Frente a una oposición que trata de mostrarse como no es para tratar de captar a los ingenuos con cantos de sirena que disfrazan su voluntad de retomar los viejos proyectos que condujeron a nuestra sociedad al abismo mismo, mas que a sus bordes, aparece la renovada alternativa del Frente Para la Victoria, articulada bajo la conducción de Daniel Scioli. Podríamos justificar el voto a Daniel de tres maneras: por defecto, por conveniencia social y por convicción.
Por defecto: esta sería la argumentación más injusta para con Daniel y con el FPV, ya que se basaría en una comparación entre trayectorias, logros y propuestas respecto de sus competidores. Contradictorias, sin coherencia interna, sesgadas por la demagogia electoralista de la vieja política, en contradicción con las políticas aplicadas en sus propios distritos durante sus años de gestión, las alternativas opositoras decaen cotidianamente en su escaso arraigo popular. Podemos pensar seriamente que ¿el PRO podría garantizar la educación y la salud pública, la soberanía nacional, la igualdad de oportunidades, etc.? ¿El Frente Renovador incrementaría el impuesto al juego, o garantizaría una sólida configuración estatal o alianzas estables? ¿Que la alianza entre el PRO y algunos sectores del radicalismo sobrevivirá a las PASO? Por el contrario, el FPV, y el liderazgo de Daniel Scioli, no han dejado de incrementarse. El sólido respaldo del PJ, de las organizaciones sociales y empresariales, y los acuerdos de Daniel Scioli con esos sectores –eduación, ciencia, movimiento obrero, cámaras empresariales, DDHH, etc.- nos demuestran su consolidación como estadista y la madurez de una espacio político luego de doce años de gestión.
Por conveniencia social: la política de continuidad con profundización de aquellos aspectos aún pendientes, como el desarrollo de la industrialización, la generación de mayor empleo genuino, el respaldo a la producción, la continuidad y perfeccionamiento de las políticas públicas y sociales, el ingreso a una etapa superadora en un sistema educativo que experimenta niveles de inversión inéditos en nuestro país, la preocupación por la salud pública, la consolidación de la presencia internacional en nuestro país y de la integración regional, etc., permitirá potenciar los logros ya alcanzado y alcanzar nuevas metas, en reemplazo de la práctica de modificar el rumbo económico y social del país en cada gestión presidencial que fuera tan habitual en nuestro país hasta 2003 , y que tanto daños y costos sociales y económicos nos significó.
Por convicción: basta con repasar la trayectoria de Daniel Scioli y sus años de gestión en la provincia más grande y poderosa de la Argentina, para comprobar la capacidad y habilidad demostrada por Daniel para garantizar la gobernabilidad, el crecimiento productivo, la inclusión social, el desarrollo de la infraestructura y la llamativa pericia en el manejo de las finanzas y de la hacienda públicas. Expresándose a través de sus acciones más que de sus palabras, y con una llamativa habilidad para rodearse de referentes y equipos caracterizados por su baja exposición pública y su inusual capacidad de trabajo, Daniel Presidente no es un interrogante sino una certeza y una garantía de gestión para nuestra sociedad. Desmintiendo las habituales generalizaciones descalificadoras de los medios, que sostienen que los candidatos no presentan propuestas de gestión concretas, Daniel ha definido un programa productivo, de desarrollo industrial y de inclusión a través del trabajo que es fácilmente comprobable a partir de su gestión pública, de su administración provincial y de los consensos firmados con los sectores representativos de la producción y del trabajo. Incrementó la coparticipación asignada a todos los municipios, anunció la creación de nuevos Ministerios y áreas de acción, definió una política a través de declaraciones simples y directas, fácilmente comprensibles para el conjunto de la sociedad. Los centros de salud UPA, el impulso a la producción, los gravámenes impuestos a los sectores del juego, el mejoramiento sensible de la recaudación y de las finanzas públicas, el desarrollo de una exitosa política educativa, tanto en infraestructura como en calidad, el desarrollo de rutas, caminos e infraestructura social y productiva, la apuesta a favor del deporte.
La enumeración de los motivos para votar a Daniel y al FPV exceden largamente el espacio de esta nota, por lo que deberé limitarme a esta breve síntesis, que, en tanto tal, es necesariamente injusta.
Para concluir, quiero destacar dos aspectos adicionales para apostar a favor de Daniel. A diferencia de los demás candidatos, Daniel no tuvo necesidad de travestirse, ni en sus hábitos ni en su estilo político. Siguió siendo el mismo, yendo a los mismos lugares que antes se le celebraban y se le cuestionaban, teniendo el mismo trato llano y respetuoso respecto de los demás, sin hacer distingos en atención a su condición social, decidido a ser el presidente de todos los argentinos. Tal como ha sido característico del movimiento nacional y popular, a partir de la matriz fijada por Perón y Evita, Daniel siempre le habló al pueblo en su propio lenguaje, compartiendo sus preocupaciones, su mirada sobre el trabajo, las relaciones sociales, los gustos, los hábitos culturales, sobre el futuro en común. Es uno más del pueblo, aunque dotado de una capacidad de conducción que lo distingue, sin necesidad de adoptar conductas estereotipadas o afectadas. Y, por último, aunque tal vez como uno de sus aspectos más relevantes, Daniel se ha caracterizado por su fabulosa habilidad para favorecer el consenso, para privilegiar el diálogo, para acordar en lugar de confrontar, para incorporar lo mejor de las propuestas de los otros, por encima de las diferencias.
Luego de treinta y dos años de democracia marcados a fuego por el conflicto, y tras la fructífera tarea de refundación Estatal y de un proyecto nacional inclusivo y soberano, Daniel se perfila con méritos sobresalientes para convertirse en el Presidente del Consenso y del desarrollo económico y social de la Argentina.

Alberto Lettieri
