Por Pablo Papini
La primera vez que Cristina Fernández de Kirchner habló de empoderamiento fue durante el acto de homenaje a la Revolución de Mayo del año pasado. Se refería, presumiblemente, a las condiciones bajo las cuales estaba negociando su apoyo a la candidatura presidencial de Daniel Scioli como la única del Frente para la Victoria. Una correlación de fuerzas que garantizara el rumbo programático si, como de hecho finalmente terminaría sucediendo, optaba por un sub óptimo tal lo que era para ella esa postulación del ex gobernador bonaerense. La presidenta mandato cumplido haría referencia a ese concepto varias veces más, desde entonces hasta hoy. Una de las que más resonó, por supuesto, fue en su despedida del gobierno el 9 de diciembre de 2015.
“De ustedes dependerá lo que pase de aquí en más”, podría resumirse sobre sus interpelaciones. Ahora se trataba de cuidar lo construido hasta aquella tarde. Todo comprensible tratándose de quien siempre se ha ocupado de dejar en claro que no cree en instancias intermedias entre su liderazgo y los destinatarios de su proyecto; y cuyos cuadros de mayor confianza, a su vez, no han logrado a la fecha relevancia en términos de electorabilidad. Ella cree que ha concientizado lo suficiente como para que quienes se identifican con el significado del kirchnerismo salgan a la calle en caso que fuera necesario si el nuevo oficialismo decidiera atentar contra lo que llama pesada herencia.
¿Pueden rastrearse reminiscencias entre esta conceptualización de CFK y la póstuma del general Juan Domingo Perón (“mi único heredero es el pueblo”)? Mejor no complicarse en los enredos de los paralelismos históricos, pero tal vez sea posible extraer de éste una característica rutinaria de los ciclos políticos: a una figura carismática le sigue una discusión más horizontal. De ahí la convocatoria a otro tipo de debate del viejo líder para cuando falleciera. Pero, se insiste: mejor no complicarse en esto más allá de señalar que también es diferente el litigio peronista actual, y de ahí la distinta relevancia que adquiere la cuestión del protagonismo popular, hoy que se dirime su conducción.
Martín Rodríguez plantea dudas en torno al peso real de los empoderados en las luchas en curso. Entiende que el kirchnerismo más bien fortaleció al Estado que a la sociedad, y que eso se demuestra en el avance parlamentario del macrismo, que, más allá del acompañamiento de segmentos peronistas no alineados a la jefatura cristinista, no ha sido frenado por movilización equivalente a la que la ha acompañado cada vez que la tolosana se lo ha propuesto. Y en que quienes deberían integrar esa resistencia, en cambio se preguntan qué hace por decir basta el al mismo tiempo denostado aparato sindical pejotista. Podría haber existido confluencia en la oposición al Presidente de no haber mediado la ruptura del segundo turno de la ex mandataria. Una articulación de heterogeneidades, en general clave de cualquier conducción como enseña Manuel Barge, que ella prefirió alterar en determinado momento, cuando luego de su reelección intentó homogeneizar la arquitectura que encabezaba. El resto se sabe de memoria: se perdió cantidad y calidad.
Horacio Verbitsky, por su parte, escribió hace pocas semanas que Cristina Fernández está pensando, más que en generaciones actualmente activas, en la franja de entre 15 y 20 años, que recién está en fase de formación. Es decir, que mira mucho más allá de la coyuntura y del futuro inmediato. Tal vez demasiado. Es obvio: apuesta a intervenir en un proceso que juzga todavía incontaminado de los vicios que obstaculizaron sus propósitos en el pasado reciente, modelándolo a su antojo. Quizá con razón en cuanto a ciertas deficiencias de la dirigencia argentina, que no pocas veces han sido señaladas por la ciudadanía, y que de hecho sustentaron la lesión al pacto de representación de nuestra democracia republicana constitucional a fines de 2001.
¿Cómo podría reprocharse la aspiración de construir mejores cuadros políticos? ¿Y cómo el anhelo de que la población se valga más por sí misma, progresando así en materia de ciudadanía?
El problema es que el drama social del diseño CEOcrático marcha a mucha mayor velocidad que el boceto por el que se inclina CFK para adversarlo. La década ganada nos legó mayor politización, pero la aptitud de ese mecano para operar en lo concreto con eficacia todavía está verde. Sobre todo, si encima se pretende que funcione sin orientación táctico/estratégica.
El problema es que el drama social del diseño CEOcrático marcha a mucha mayor velocidad que el boceto por el que se inclina CFK para adversarlo
Es la metáfora del bondi que se para: si baja un solo pasajero a empujarlo, no logrará moverlo; dos tampoco, aunque mejorará; si bajan todos, finalmente, podrán ponerlo en marcha: pero sin el chofer guiando la máquina, todo esfuerzo terminará por caer en saco roto. Vale reiterar, entonces, lo dicho en nuestra última columna: “la gente no fabrica representación: la demanda, y de ella se extraen las medidas de un traje que, luego, debe confeccionar la dirigencia política”. El asunto del empoderamiento es la otra cara del dilema que planteábamos en aquel texto; y la convicción de CFK en esa jugada, lo que de momento impide entendimientos en el peronismo.
Sencillo: convencida de su mayor fortaleza en las urnas, ella piensa en estirar hasta esa hora la disputa que se cierne sobre su autoridad, que no a través del consenso con otros caudillos del espacio. El riesgo de esa maniobra es la interna entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez, donde quien venció adentro puede no resultar la mejor oferta para la general. No porque Cristina Fernández sea asimilable a su ex jefe de gabinete, desde ya. Está por verse si su techo es tan bajo, y si ya no tiene chances de empujarlo hacia arriba si quisiera hacerlo. Pero conviene tenerlo en cuenta.
Mientras se craneaba este post, la dos veces jefa de Estado le dijo al periodista Roberto Navarro, cuando éste la consultó por la posibilidad de reencontrarse con Sergio Massa, que sólo los países tienen límites. Y horas después, se ocupó de difundir una reunión con Daniel Scioli.
Por ahora, sólo señales, y pocas, pero opuestas a las de otrora. ¿Auspiciosa notificación del cambio?