Por Pablo Papini
Suele decirse que en 2001 estalló, junto con todo, y como rasgo más saliente de la eclosión, el instrumento de representación a través del que tradicionalmente había intervenido la clase media en política: la Unión Cívica Radical. Es cierto, y muy lógico que así haya sido. No sólo debido a que el oficialismo durante aquellas jornadas era justamente el radicalismo, sino y sobre todo porque la crisis socioeconómica había desfigurado de modo determinante la sociología que hasta entonces había fidelizado. Si no la herramienta –porque, a fin de cuentas, la UCR en sí sobrevivió–, al menos no hay duda en cuanto al quiebre de un contrato.
En efecto, el peor desastre de nuestra historia se había llevado puesta hacia la pauperización a los segmentos medios: habiendo variado uno de los ingredientes, ya no resultó posible alcanzar la misma amalgama de otrora. Es por eso que el kirchnerismo, la versión con que el peronismo emergió de la tragedia como nueva síntesis sociopolítica, albergó desde sus orígenes un fuerte componente de clase media en su diseño. Un vínculo siempre histérico de amor/odio que ha merecido vasta cantidad de análisis, y que fue bien retribuido en las urnas en las elecciones presidenciales de los años 2007 y, mucho más, de 2011.
Los sectores medios se habían transformado para mal en 2001, y también son distintos ahora, al cabo de doce años de mejoramiento. Pero no para ser los que eran previo a la hegemonía neoliberal. Se sabe, nunca una venda vuelve a idéntico lugar después de caerse. El radicalismo reconquistó en 2015 ese acompañamiento, pero sólo luego de mutar su pelaje a partir de la alianza que tramó con otros dos derivados de la catástrofe: el PRO, principalmente; y la Coalición Cívica.
Se ha dicho hasta el hartazgo, Néstor Kirchner fue quien mejor comprendió la situación que acabó con el gobierno de Fernando De La Rúa. Metafóricamente: no capturó representación cual niño debajo de una piñata, quien sólo requiere de estirar su remera para hacerse de gran parte del contenido cuando se la revienta, sino que la construyó a través de acción política. El kirchnerismo comenzó a perder Balcarce 50 en los comicios legislativos 2013, cuando un pedazo considerable del voto con el que se había integrado al ser reelecto dos años atrás se le escurrió en busca de nuevos abogados. El proyecto político con el que habían prosperado ya no interpretaba sus aspiraciones, que eran diferentes en relación a las que habían sostenido desde 2003. Incluso, la presidenta CFK optó por ello, por voluntad propia: la famosa frase “armen un partido y ganen las elecciones”.
El macrismo está edificando las condiciones para que el peronismo se reencuentre con su acostumbrada posición mayoritaria. Pero volverán, tal lo planea Cristina Fernández, sólo por espanto frente a la regresión en curso. La gente no fabrica representación: la demanda, y de ella se extraen las medidas de un traje que, luego, debe confeccionar la dirigencia política
Ahora bien: el macrismo está haciendo todo lo necesario por degradar la calidad de vida de quienes habían recuperado terreno con Kirchner y su esposa; es decir, está edificando las condiciones para que el peronismo se reencuentre con su acostumbrada posición mayoritaria. Pero ello no sucederá si actúa como en la alegoría del niño y la piñata. Está obligado a entender a los agredidos por la CEOcracia primero, para, después, procurar el bosquejo de una propuesta que pueda reemplazar a la administración en funciones en 2019. No volverán, tal lo planea Cristina Fernández, sólo por espanto frente a la regresión en curso. La gente no fabrica representación: la demanda, y de ella se extraen las medidas de un traje que, luego, debe confeccionar la dirigencia política.
Si se produce el desamor con Macri, cual su programa lo hace prever; y, según escribió Horacio Verbitsky hace dos semanas, CFK no apunta con su prédica a interpelar al escenario actual sino a camadas venideras, que hoy tienen entre 15 y 20 años de edad, habrá en lo inmediato un vacío representativo, a menos que alguien opere para seducir a esas bases y atraerlas hacia una tercera vía que canalice una alternativa al amarillismo vigente. No se trata en este texto de sugerir hoja de ruta alguna, sino simplemente de señalar que la hipótesis de regreso por aclamación es errónea, y que en cambio urge abandonar la inmovilidad a la espera de ello.
Si ya no basta con CFK para forjar una variante ganadora, no menos real es que lidera una franja ciudadana significativa, que le responde con fe inexpugnable, y sin la cual tampoco puede siquiera soñarse un triunfo de contornos populares que corrija este presente. Acéptese que el involucramiento personal no corre para ella, aunque más no fuere momentáneamente por la persecución judicial, que recrudecería si lo intentara, pero tiene otras formas de poner en juego su conducción.
Le sobra inteligencia a la jefa de Estado para discernir la responsabilidad histórica que la convoca.