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En los últimos meses el discurso mediático abordó la cuestión criminal con un flujo distinto al habitual. Durante este tiempo nuestra “vieja canilla goteante” (el volumen periodístico de los temas de agenda) corrió más fuerte y trató la problemática de la seguridad y el delito con un volumen mayor al usual en comparación al tratamiento que le otorgan tradicionalmente los medios masivos de comunicación a ésta temática.
Tomando como referencia esta metáfora -la de la canilla-en estos meses el interés de la prensa por la cuestión criminal se acentuó de forma palmaria y ahondó particularmente en tres hechos de magnitud: 1) la guerra narco de Rosario; 2) el debate por el Anteproyecto del Código Penal y 3) el fenómeno de los linchamientos en los centros urbanos.
El tratamiento de estos temas acaparó sin duda la atención de todas las líneas editoriales sin discriminar signo o bandera política, por ello no se puede negar que el abordaje periodístico realizado sobre los temas de referencia no haya traído consecuencias en el día a día, máxime, si la agenda es atravesada y estimulada continuamente por la primicia y un entendimiento “diapositivo” de la realidad.
En el caso de la seguridad, los pulsos parecen ser mayores en tanto los intereses detrás del delito definitivamente no son menores. Por ello, tal como en una película de acción norteamericana, parece ser que la escena final que se intenta promover es aquella que se desata inmediatamente después de un enfrentamiento total entre las fuerzas del bien y del mal en la que el público aboga minuto a minuto por la espectacularidad de un combate cuerpo a cuerpo y por contemplar, entre sollozos y sonrisas, un paisaje alegre después de la batalla.
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El problema de enfrentar la dinámica delictiva desde las emociones y las pulsaciones de una película “pochoclera” es que muchas veces nos hace olvidar que ciertas escenas son repetidas, que hay muy pocos finales felices por la cantidad de inocentes muertos y que pocas veces puede encasillarse el abrazo final de los protagonistas en la realidad política contemporánea
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Pero el problema de enfrentar la dinámica delictiva desde las emociones y las pulsaciones de una película “pochoclera” es que muchas veces nos hace olvidar que ciertas escenas son repetidas, que hay muy pocos finales felices por la cantidad de inocentes muertos y que pocas veces puede encasillarse el abrazo final de los protagonistas en la realidad política contemporánea. Por ello, más allá de lo álgido que resultan ciertos debates y lo entretenido de algunas películas de ficción, es necesario dejar criterios claros para no fallarle al espectador invitándolo a reflexionar en esta solicitada, advirtiéndole previamente que los finales que espera no ocurrirán y que muchos de ellos ya fueron vistos.
El primer criterio es no ver ninguna película cuya trama sea el “combate al delito” y se mencione en ella la palabra “guerra” o “desembarcos”. Por lo general estas películas resultan ser remakes de otras más truchas, aquellas que mucho prometieron y poco conformaron. Allí los enfrentamientos y operativos no resultan convincentes, no se apresan a los “peces gordos” sino a los eslabones más bajos de la cadena criminal, hay actos de violencia y corrupción cometidos por las propias fuerzas policiales y al final del filme bastos sectores de la población terminan por deslegitimar la ocupación policial en tanto a sus formas violentas y extorsivas. Se recuerdan filmes como: “Guiño, Guiño”; “Hugo, estamos yendo para allá, rajá!” o el tristemente célebre “Luciano, tirate al río que hace calor”.
El segundo criterio es no ver películas cuyo montaje se haya realizado en escenarios de “emergencia”. Por lo general estas cintas son cortas y de bajo presupuesto, sus héroes son ficticios y poco creíbles ya que con cierta mística medieval ellos aseguran que gracias al grueso de sus espadas se han pacificado aún hasta los territorios más hostiles, pese a que en otras partes del mundo su alquimia punitiva ha llevado a reprimir hechos absurdos y banales. Sus tramas por lo general son insensatas desde el momento mismo en que aseguran la existencia de hadas gordas y feas, de puertas giratorias y de la malevolencia de algunos ñomos morochos. Se pueden recordar grandes y desopilantes películas de “emergencia” tales como: “rajemos que ahí viene la bruja”, “Ojo con el morocho que es mano larga” y “Atenti al rojo”.
El tercer y último criterio es no ver películas en donde los ciudadanos venguen el robo de sus vecinos con la muerte del supuesto rufián. Estas obras, lejos de una trama justiciera, terminan siendo dramas o largometrajes de terror barato y por lo general en dichas cintas los que actúan de “ladrones” son siempre los mismos y sus finales son poco convincentes ya que el grupo de vecinos iracundos termina maldiciéndose y aceptando la desproporción del acto cometido. Se ha visto que en algunos casos hasta se han arrojado mutuas culpas sobre “quién fue” aquél que dio el golpe de gracia, por lo que no termina quedando en claro quién fue el asesino y por ende deja un sabor amargo al espectador ya que el final es abierto. No hay muchas películas de este género en los barrios y las que hay, fueron prohibidas. Algunos dicen que por la saña de los actos, otros porque estas alientan el odio racial y la cobardía de sus muchachos.
Sentado los criterios, solo recordar que al contrario de lo que dijo algún filósofo, en el marco del poder punitivo, no todas las tragedias se repiten en comedias, sino todo lo contrario, cuando éstas se repiten pueden llegar a ser aún más trágicas que sus obras precedentes.
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