Resulta útil el episodio que involucra a Fernando Niembro en presuntas maniobras delictivas para discutir, desde una perspectiva diferenciada, las implicancias políticas de ese tipo de situaciones. Se escuchó decir esta semana, a propósito de imágenes de indigencia chaqueña que se difundieron convenientemente cerca de las elecciones locales que se aproximan, que el nombre de esa tragedia es corrupción. Dicho sencillo: a través del robo, la dirigencia político-partidaria genera pobreza.
Lo cierto es que, con ser repudiable, nunca alcanza con esa descomposición para explicar las penurias socioeconómicas de una comunidad determinada. La matriz generadora de esos flagelos excede en mucho de simples (para las proporciones comparativas de que aquí se habla) desvíos de fondos. Para expresarlo con brutalidad: nada se arreglaría con los 21 millones de pesos que supuestamente involucra el contrato por el que se acusa a Niembro.
No se intenta aquí decir que vale desentenderse de estas transgresiones si no hay en juego cifras significativas, desde luego. Sólo se pretende ubicar el dilema en los términos que le corresponden: el crimen es materia judicial. Pero aún si ello fuera garantizado, los problemas que interpelan a la política seguirán pendientes de una solución que sólo un tratamiento estructural en su propia naturaleza, que no en una ajena (la de los tribunales penales), puede proveer.
Durante la campaña presidencial del año 2003, Jorge Lanata le hizo un reportaje, para el programa que entonces conducía por América TV, a Carlos Melconian, anunciado titular del Ministerio de Economía de la Nación por Carlos Menem, en la conjetura de su triunfo en tales comicios. El mano a mano se fue, mayormente, en las inconsistencias que se reprochaba a la declaración jurada del hipotético jefe de hacienda, en vez de hacer foco en el recetario que proponía: iban por la dolarización, que en criollo equivalía a robustecer y blindar el proceso de miserabilización planificada que había estallado poco menos de un año antes, en el epílogo de Fernando De La Rua.
Lanata asignó mayor relevancia, aquella noche, a un aspecto de Melconian de infinito menor impacto para las suertes mayoritarias entre dos que tenía para escoger. Una práctica usual de aquella época, inquirir en la ética reprobable de gobernantes cuyo peor aspecto, sin embargo, era el credo que desplegaban con sus respectivos desempeños. Puesta la deshonestidad en el centro, el modelo económico, real causa de los dramas, quedaba a salvo de controversias.
En todo caso, así las cosas, la amonestación que políticamente cabe a los envilecidos no es la del hecho en sí, sino el del auxilio que conceden a los beneficiarios de órdenes injustos, que sacan provecho de lo que el corrimiento del eje del debate les concede en cuanto a evitarles una impugnación ciudadana voluminosa a la sistémica que engendra los escenarios de exclusión.
Se mencionó a Melconian, y resulta que las casualidades de doce años de reacomodamientos en los espacios políticos lo sitúan hoy como compañero de ruta de Niembro. A menos de 45 días de la definición nacional, todavía no se ha echado la suficiente luz sobre la arenga que esbozó quien ahora es el economista de cabecera de Maurizio Macrì, creído en confianza, frente a los empresarios del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP), junto a Miguel Broda y José Luis Espert: devaluación según oferta/demanda, eliminación de jubilaciones, paritarias a disposición del empresariado, tarifazos en los servicios públicos y eliminación del control de cambios.
Hace diez días, Gabriela Michetti, igual de despreocupada por la divulgación de su alegato, desdeñó la AUH y las reestatizaciones de YPF y de AA.AA. Quedando claro, en suma, que el patético giro discursivo que ensayó Macrì la noche del triunfo rasposo de Horacio Rodríguez Larreta en el balotaje porteño se debió no más que a esa estrechez, y que nada tenía de genuino.
Sea por diversas bombas de humo (judiciales/mediáticas) arrojadas hacia campamento kirchnerista, sea por el comentarista de Mariano Closs, el candidato máximo de la alianza conservadora Cambiemos va logrando zafar de lo que cualquiera en su lugar normalmente debería exponer.
No lucen tan inverosímiles los rumores que ubican a Jaime Durán Barba como entregador interno.
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A profundidades arquitectónicas como fundamento de ciclos históricos se hacía referencia arriba, y hubo bastante de eso por estas horas, tanto como para prestarle atención superlativa.
En esta columna se dijo, el domingo pasado, que las dificultades de la coyuntura imponen estudiar de raíz tanto geopolítica como economía globalizada. La presidenta CFK le pidió a Lula da Silva que oficie de embajador del ingreso de Argentina a los BRICS, en el acto que compartieron ambos junto a Daniel Scioli en José C. Paz –los dos otorgaron fortísimo respaldo a la postulación del gobernador bonaerense a la primera magistratura– el último miércoles. Ese encargo se comprende compaginado con la tal vez más llamativa frase de las que ofreció la primera mandataria en la cena del Día de la Industria en la UIA: urge, en lo sucesivo, sustituir no sólo importaciones, sino también exportaciones, con mercado interno, en el marco de un comercio internacional planchado.
El planteo es polémico si se lo analiza desde la óptica doméstica tradicional; que, se reitera, no imagina, siquiera, trascender fronteras. Desde allí es obvio: la demanda local es demasiado pequeña como para hacer descansar en ella el desarrollo productivo. Pero todo cambia si se razona el territorio de modo ampliado: esto es, UNASUR; y más allá aún, el mundo emergente todo.
En paralelo, Cristina Fernández estuvo especialmente prolífica en su blog en defensa de los países en vías de desarrollo, contra los que se intenta construir consenso respecto de las culpabilidades por la crisis económica planetaria. Que, en realidad, tiene como origen las plazas financieras dominantes, y no los defectos de la periferia: innegables, pero derivados; a lo sumo, agravantes.
La votación de la ONU de nuevos principios en tramitación de deudas soberanas, finalmente, supone un espaldarazo formidable para la salud de una lógica opuesta a la del statu quo en curso.
Hay desafíos gigantescos por delante, con una elaboración de herramientas a tal efecto que marcha irregularmente. De hecho, quizás pueda pensarse la renovada gestualidad entre el kirchnerismo y Lula como el mea culpa por la ralentización que sufre el proyecto de integración regional aproximadamente desde 2012. De los laberintos se sale saltando. La disyuntiva es angosta: la alternativa disponible es el ajuste, con mínimos matices entre sus distintas variantes posibles. “O inventamos o erramos”, consignaba Simón Rodríguez en el siglo XIX para ilustrar acerca de la originalidad de las nacientes repúblicas sudamericanas. Y Broda recomendó, en la tertulia antes aludida, descartar cualquier opción de “gran dosis de innovación y creatividad”.
Se está a tiempo de corregir, se observa la voluntad de hacerlo. El general Perón decía que la verdadera política de un país es la exterior. El único con agenda tal entre los aspirantes es Scioli.
En definitiva, hay que rascar más allá del honestismo para descular el jeroglífico de esta encrucijada.