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A 38 años del asesinato de monseñor Enrique Angelelli, la causa reabierta en 2005 en el marco de la política integral de derechos humanos llevada adelante en la última década, llegó a su fin el 4 de julio de este año. El saldo es una sentencia a prisión perpetua para dos de los cinco imputados: Menéndez y Estrella. Los otros tres, Harguindeguy, Videla y Romero, fallecieron durante el proceso.
El caso Angelelli moviliza en muchos aspectos. Ejemplo de militancia, de una vida entregada al servicio de los que menos tienen, de esas figuras que no dan lugar a la controversia. De la vereda de enfrente, la Iglesia. Mucho se ha escrito respecto del rol de la Iglesia durante la última dictadura cívico-militar y otro tanto respecto de aquellos que formando parte de la Iglesia fueron a contramano de la institución, porque el libro de todos los días decía que había que amar al prójimo. De un lado la institución, del otro los mártires.
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La “teología de la liberación” y la “opción por los pobres” son dejadas de lado en los análisis realizados por los medios concentrados que en su lugar colocan la imagen de un Francisco al que le liman sus aristas políticas, sus posiciones ideológicas.
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Sin embargo, en este último tiempo algo parece haber cambiado. El mismísimo santo padre que vive en Roma (sic), ha intervenido aportando elementos importantes para la causa Angelelli. El papa Francisco envió dos documentos que pusieron al descubierto cómo el vaticano estaba al tanto de las amenazas recibidas por Angelelli y la connivencia del entonces nuncio apostólico Pío Laghi.
En esta línea algunos medios han decidido hacer de la condena a los genocidas, un triunfo personal del buen Francisco. No se trata entonces de dejar de reconocer el papel que la máxima autoridad eclesial ha tenido para llevar a buen término la causa, sino de contextualizar en un marco más amplio las implicancias políticas de tal participación. La misma, lejos de entenderse como un acto de grandeza individual, sólo puede ser comprendida si se inscribe en el proceso iniciado por la Iglesia Católica a partir del Concilio Vaticano II del que monseñor Angelelli fue conciliar.
La historia de la Iglesia se presenta entonces como toda historia, con sus marchas y contramarchas. La “teología de la liberación” y la “opción por los pobres” son dejadas de lado en los análisis realizados por los medios concentrados que en su lugar colocan la imagen de un Francisco al que le liman sus aristas políticas, sus posiciones ideológicas. Lo mismo hacen con Angelelli de quien dicen “fue un cordero entre los lobos”. Sin embargo la historia parece moverse una vez más en la dirección que dio sentido a la vida de Angelelli, una vida signada por la militancia social y política. La Iglesia Católica hoy se hace también responsable de su muerte dando nueva vida a las ideas que no pudo sepultar.
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