Concluyó, con el llamado superdomingo del pasado 5J, el desfile de elecciones locales que se sucedieron desde marzo como prólogo a las PASO del 9 de agosto venidero.
La vigente vitalidad del peronismo –mayoritariamente en el poder en los distintos niveles de gobierno–; y, pese a 2001 y todo, también de la UCR –a la que Maurizio Macrì debió acudir para viabilizar de una vez por todas una apuesta presidencial–, revelan un dato político contundente: el crack neoliberal no se devoró los partidos políticos. Sí en cambio podría matizarse en cuanto a la sistémica que los relaciona, entendiendo por esto alguna correspondencia entre los rangos federal y subnacionales de institucionalidad. Cada pago es hoy un mundo, caracterizado por complejas particularidades propias y específicas de sus respectivas realidades.
Pese a eso, y aún con tanta riqueza disponible para el análisis, no se consigue respecto de los distintos episodios provinciales y municipales más que pretensiones de instrumentarlos en función de la disputa mayor: la sucesión de la presidenta CFK. Sin suerte, mayormente, por lo que se viene diciendo acerca de la singularidad de cada cita a las urnas. Que en nada se determinan por las dialécticas porteñas que se quieren totalizadoras de la entera anchura nacional, ni viceversa. Y que, por ende, de casi nada sirven cuando se las procura predictivas.
Rosendo Fraga, cerebro lúcido del pensamiento conservador doméstico, intentó advertir sobre estas complicaciones en la edición de Clarín del pasado lunes 6 de julio. Cuando mucho, explicó, los comicios locales “crean clima”. Y aún eso puede discutirse, ahí está 2011 para atestiguarlo: fue entonces que comenzaron a verificarse fenómenos hoy ya más consolidados como el voto cruzado o las reelecciones de los oficialismos, aún de distinto signo, en coyunturas socioeconómicas benévolas. Cuestiones que las vocerías del establishment doméstico, convenientemente, olvidan.
Sobre todo en cuanto a las continuidades, porque supondría una admisión tácita de lo falaz del infierno que a diario evocan en sus relatos. Es la meteorología trabajando, bien dijo Fraga.
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Sáquenlos, para cuidarlos. El absurdo llega a tal punto que las tesis pregonadas resultan desmentidas incluso por los mismos resultados sobre los que se opera. Varias de las premisas a través de las que el Círculo Rojo ha querido intervenir las construcciones adversarias al FpV.
Por ejemplo, las presiones que existieron sobre Macrì, la UCR y Elisa Carrió para que aceptasen en su alianza a Sergio Massa. Las fortalezas y debilidades de unos y otros encastraban: el Frente Renovador tiene despliegue en provincia de Buenos Aires y es nulo en el interior del país, a la inversa de los restantes referidos. Matemáticas que proveerían lo que hasta ahora no han ni intentado con política para enfrentar el más sólido desarrollo territorial del peronismo.
Sin embargo, hasta aquí hemos tenido nueve sobre once triunfos puristas: Salta, Neuquén, Chaco, Santa Fe, Tierra del Fuego, CABA, Córdoba y La Rioja. Todos los cuales, salvo la excepción fueguina, son además oficialismos. Rubro en el que se debe sumar la victoria rionegrina de Alberto Weretilneck al frente de una construcción heterogénea porque lo acontecido allí es el quiebre, hace ya algún tiempo, del partido de gobierno cuando el mandatario emigró del FpV. Algo similar a lo acontecido en La Pampa y Tierra del Fuego, donde el kirchnerismo puede de todos modos anotarse la recuperación de las capitales Santa Rosa y Ushuaia; igual que Resistencia –de la mano de Coqui Capitanich– en Chaco, con las que compensar el algo el extravío de Mendoza.
La tierra del vino es, precisamente, la única excepción de una megaconfluencia opositora triunfante y en detrimento de un dispositivo oficialista, aunque el mayor capital lo ha aportado el radicalismo, siendo las de Macrì y Massa poco más que presencias para la foto.
Fuera de ese antecedente, las ententes multipartidarias hicieron sapo en Salta, Chaco, Tierra del Fuego y La Rioja. Por lo demás, la derrota mendocina se debió fundamentalmente a una impugnación a la gestión del gobernador Paco Pérez, cuyo sector diseñó la oferta peronista. En Córdoba, por su parte, hubo el debut absoluto del FpV separado ya de la delasotista Unión por Córdoba con un nada despreciable 20% para tratarse de la inauguración; pero, más importante aún, la amalgama UCR/PRO/juecismo no logró retener íntegros sus desempeños de otrora. Y el triple empate santafesino demostró que el kirchnerismo lejos está de enfrentar techos inquebrantables, toda vez que Omar Perotti creció enormemente entre primarias y definitivas.
Las proyecciones numéricas mecánicas, finalmente, aún si fueran posibles, tampoco asoman esperanzadoras para quienes no desean ningún formato de prolongación del actual ciclo político/histórico: según Jorge Giaccobe, el FpV ha obtenido hasta aquí 32% de los votos… pero sobre el 40% del padrón del que peor desempeño esperaba, y en el marco de una hiperfragmentación rival que no sintetiza los dispares éxitos de sus distintos elencos.
El apunte partidario/institucional, con todo, es lo esencial: es en la mejor conjugación de fragmentos locales que el kirchnerismo realiza su primacía, en lo que juegan un rol fundamental la reactivación del instrumento PJ y lo que los largos años de gestión han edificado en el Congreso nacional, ámbitos en los que se define la articulación que ha otorgado un control fortísimo de la gobernabilidad. Es, en definitiva, lisa y llanamente demencial la sola suposición de que de semejante variedad de escenarios se puedan extraer conclusiones válidas más allá de sus respectivos entornos.
Acudiendo de nuevo a Rosendo Fraga, “el supuesto antagonismo entre continuidad y cambio puede ser un tanto ambiguo o incluso contradictorio”. No pasa, pues, por negar que sea posible una derrota de Scioli-Zannini, pero en modo alguno ello puede derivarse de este cuadro.
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Quiero salir a la calle con vos. Al FpV le ha costado construir versiones competitivas en CABA, Santa Fe y Córdoba. Varias razones explican esto, pero pueden destacarse dos.
Por un lado, la menor o distinta necesidad de acción estatal allí donde los niveles socioeconómicos ciudadanos son superiores, siendo que el gobierno nacional hace del estatalismo uno de sus fundamentos principales de acción política. Y más gravitante aún: por la dinámica conflictiva característica de un discurrir que se ha propuesto algo más que el mero gerenciamiento del statu quo, dirigentes como Mariano Recalde se han dado a conocer en litigios que poco tienen que ver con los que se ponen en juego cada vez que se elige gobernador, intendente o jefe de gobierno.
De por sí, no es poco que Recalde haya conseguido crecer algo desde las PASO para los contextos que suele enfrentar el peronismo porteño, en general; y en este clima, en particular. Más con una definición interna muy mal tramitada; que, fundamentalmente, restó tiempo de campaña.
Cuando el presidente de AA.AA. arriesgó la propuesta de un impuesto a la vivienda suntuaria como método de financiamiento de una rebaja en los alquileres, en cambio, comenzó a perfilarse dirigente distrital. Se impone acudir a recursos de ese tipo, que interpreten el programa kirchnerista adaptado a otros desafíos y no recitar sus líneas maestras o juramentar su defensa (de lo que nadie debe dudar). Mal puede ser distinto cuando hasta aquí venimos argumentando que no es centralmente sobre CFK que se dirime en toda arena. Así caminará mejor. No porque no lo haya hecho hasta aquí, sino porque lo hará de un modo que lo conecte con el ecosistema al que aspira a seducir. Trabando relaciones con actores locales a partir de sus previas demandas concretas, por caso.
Lo que implica otro tipo de tejido: el del sujeto social a representar como base de sustentación. ABC de la política; está todo inventado, se trata de puentear la distancia entre teoría y praxis.
Es una estación a la que cuesta arribar. Pero que precisamente por ello atrae tanto.