No es un secreto para nadie la escasa atención que dedica la dirigencia nacional -partidaria o no-, muy especialmente la opositora, a la política internacional. O bien su incapacidad para pensarla por fuera de los topes tradicionales, que han arrojado a Argentina a un rol subalterno sobre cuyos decepcionantes frutos huelga abundar en esta columna. En cualquier caso, resulta poco menos que demencial ese comportamiento en la era de la globalización, con mercados regionales interconectados en grado superlativo -por mencionar sólo lo más evidente-.
Como bien apuntó Santiago Costa en su excelente reportaje a Amílcar Salas Oroño, Argentina siempre debió cuidarse hasta de los resfríos brasileños. Hoy día, más vale precaverse incluso de carrasperas que anden boyando por los rincones más ignotos.
La intensidad no suele ser igual, desde luego; pero ya nada le es enteramente ajeno a nadie. Ése es el concepto central, que se debe matizar según cada expediente en particular lo requiera.
Deviene innecesaria, así las cosas, mayor explicación acerca del carácter crucial que debiera otorgarse al panorama económico en la discusión sucesoria que está en curso. Y más allá también, pues hace a la definición del futuro del desarrollo del país en su conjunto. No se intentará aquí adentrarse en un análisis técnico exhaustivo, sino en la significación política de un par de datos en torno de los que existe consenso extendido, pertenencias al margen.
China ha venido reduciendo sus proyecciones de crecimiento promedio de las últimas décadas, desde 10% hasta alrededor de 6,5%; Brasil está atrapado en el laberinto de una recesión sin escape a la vista, retroalimentada a su vez por el cataclismo del Petrolao; el dólar norteamericano se revalúa conforme la economía de aquel país se reestablece, lo que conduce a la Reserva Federal a contraer la política monetaria -y promete elevar tasas de interés-. La confianza recuperada en el billete verde empeora el cuadro precedente, con bajas en los precios de todas las commodities incluidas.
En este contexto de detenimiento, y de estrechez financiera que bloquea una posibilidad de dinamización, el comercio se encoge, lo que desata una guerra cambiaria (devaluaciones simultáneas de numerosos países) para disputarlo a través de la ruta angosta que ese formato de construcción de competitividad -plagado de contraindicaciones- supone.
La conclusión que cabe a este paisaje estalla de obviedad: su peligrosidad es difícil de exagerar.
En segundo lugar, conviene entender la capacidad de tales variables para alterar el impacto que en condiciones regulares podría esperarse de resoluciones locales, lo que es necesario poner de relieve en el contexto de un esquema macroeconómico, que ciertamente requiere de correcciones. Por atacar pronto y de entrada el tópico de moda en la hora actual: cabe dudar de los beneficios que podría arrimar una hipotética devaluación en un fuego cruzado de tales. Dicho sencillo: si la decisión es no comprar, poco importa lo atractivo del precio que puedan ofertar los vendedores.
Llegados a este punto, cabe destacar dos notas de la economía kirchnerista:
a. Que pese a debilidades propias y complicaciones importadas sigue produciendo logros destacables: actualizaciones salariales y de prestaciones sociales en términos reales, diminución en el índice de desempleo, ritmo de actividad -aunque por debajo de otrora- aún interesante (expresado, en parte, en el más urgente de los dilemas que nos aqueja: la restricción externa). Y últimamente, desaceleración de los registros inflacionarios, que hoy van convergiendo entre sí.
b. El cambio de vientos mundiales permite valorar ahora el acierto de medidas previas: durante los años en que hubo costo financiero baratísimo, los gobiernos de NK y de CFK desalentaron el ingreso de capitales que acertó en calificar como especulativos. En idéntico lapso, Brasil incorporó miles de millones de dólares de ese tipo, que en el escenario de la actual revalorización de esa divisa, migran, tal su naturaleza, hacia ese destino, con lo que la depreciación del real no es decidida fronteras adentro de Brasil. Como enseñaba un viejo sabio: independencia económica, soberanía política.
Digresión: mientras Brasil fue funcional a ese esquema, al que colaboró moviendo al alza su tasa de interés -lo que le valió menor inflación pero también expansión mediocre-, mereció elogios del la prensa comercial transnacionalizada. Ahora que dejó de ser útil, sufre el mismo vitupero que el resto de los populismos de la región, pero con el agravante de concesiones anteriores, por las secuelas que implican tanto en el aspecto cultural como en el práctico de la cuestión.
La insistencia en señales amistosas, habiendo designado Dilma Rousseff un peón del establishment a cargo de la economía, vaticina más fracasos; que no determinan los modales, sino las recetas.
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El Frente para la Victoria es la única fuerza política nacional capaz de garantizar que el proceso antes descripto, indetenible y cuya solución excede a las capacidades de cualquier Estado, se desate sobre Argentina de modo salvaje. Al menos eso. Por unos pares de razones.
Ante todo, su integración: se trata de un espacio compuesto por organizaciones varias cuyos programas son la antítesis del que estructura el desbarajuste en comentario. Aún si se admitieran dudas en cuanto a la ideología del candidato presidencial Daniel Scioli, lo decisivo en estos asuntos nunca son las singularidades de los protagonistas sino los contornos que los sustentan. Por otro lado, si bien puede que sean matices los que en abstracto lo que diferencie a los economistas que exhibe el gobernador bonaerense (Miguel Bein, Mario Blejer) de los que esconde Maurizio Macrì (Carlos Melconian, Miguel Broda), puesta en este marco esa brecha crece a niveles abismales.
La caja de herramientas que construyó el proyecto kirchnerista durante doce años es otro hándicap, en tanto se conjugue con voluntad de conservarla y, claro, de hacer uso de ella. Por caso, el desendeudamiento, que hoy permite desdramatizar las caídas en las reservas internacionales y del superávit comercial, toda vez que el país no afrontará vencimientos significativos próximamente. Ello le evita al país caer en refinanciaciones caras por las mayores tasas de interés aludidas.
Por último, la presidenta CFK cierra su mandato en paz social, pieza clave en este rompecabezas. Los epílogos caóticos, genuinos o no, son ingrediente esencial de toda pretensión de sometimiento político: Carlos Menem, por vía de la hiperinflación alfonsinista de 1989, como ejemplo de estos ejercicios. Como dijo Horacio Verbitsky en la edición del domingo pasado de Página/12, la medicina del ajuste sólo la aprueban aquellos a los que se les abre la boca a palos.
En tanto el peronismo retoma su rol histórico de freno a aspiraciones de shocks regresivos, las reacciones gorilas decantan casi naturalmente, en espejo; para plantar contradicción.
Scioli jugará su liderazgo en la destreza que demuestre para la domesticar esta madeja de retos.