Las líneas de fuerza que en general dibujaron esta campaña no se han alterado mucho desde que giró drásticamente el clima de estrépito que en que el Frente para la Victoria parecía empantanado a comienzos de septiembre, entre lo que fueran las inundaciones en provincia de Buenos Aires y el incendio (copyright opositor, generado adrede) en la provincia de Tucumán, luego que la denuncia por corrupción contra Fernando Niembro privó a Maurizio Macrì del aura de intangibilidad que confiaba tener amarrado, y deshizo definitivamente el orden precario con que se había estructurado la alianza conservadora que lo sustenta (Cambiemos) con radicales y Elisa Carrió.
Daniel Scioli, consolidada la pacificación, enderezó la marcha y afianzó la compaginación entre discurso, sociología destinataria y praxis. Sus dos rivales principales, el alcalde porteño y Sergio Massa, en cambio, arriban la hora de la verdad entre bandazos conceptuales, disputas de vedettes desatadas a propósito de una cuestión extraña e indefinida como lo es la del voto útil (y de la modalidad de cómputo del sufragio en blanco, incluso con acciones judiciales a tal efecto) e incapacidad para articular los segmentos sociales que simbolizan en una propuesta competitiva.
Contrariamente a lo vaticinado, el gobernador bonaerense no se aleja de la cosmovisión que ha caracterizado los doce años kirchneristas después de las primarias de agosto, a la caza de votantes independientes, otra noción imprecisa. Al revés, su apuesta fundamental es a por la fidelización del vínculo con el acompañamiento denominado duro. Lo que no equivale a negarle singularidad a su oferta: probablemente Scioli haya concretado la candidatura exclusiva del FpV, y se encuentra a tiro del triunfo, debido a que supo labrar una diferenciación no contradictoria.
La originalidad, imprescindible porque para presidente se elige a una persona, pero compleja por el fortísimo predicamento que conserva CFK en la porción a que prioritariamente debe aspirar, DOS la fabricó a través del programa que sintetiza como fase del desarrollo, entendido como cuarta etapa de la saga inaugurada por Néstor Kirchner. En ese sentido, uno de sus recientes spots, referido a las necesidades nuevas que engendra la satisfacción de las previas, da en el clavo: es una perogrullada que los desafíos a resolver se reproducen de modo incesante, no así que urja encararlos a partir de mutaciones filosóficas de raíz. Así logra salir a la caza de una representación renovada sin trocar de dispositivo de pertenencia: privilegiando a la demanda social como combustible de la acción política, lo que supone hacer de los sujetos eje de la misma.
El cuadro se agrava cuando la compulsa se extiende al trayecto del FpV respecto del de sus antagonistas máximos. El de Macrì, sobre todo, pues conviene comprender que Cambiemos significó algo más que el primer ensayo de unificación del universo ajeno al peronismo bajo un paraguas electoral único tras el estallido de 2001: quiso ser una operación cultural e histórica profunda. Que incluyó, concomitantemente con la construcción del nuevo artefacto, hasta la publicación de profusa literatura respaldatoria de neto corte gorila (el panfleto de Fernando Iglesias y de Silvia Mercado, entre otros; sumado a intenso activismo en redes). El lema convocaba, como receta para sanar los males terribles que aquejarían al país, a correr del gobierno al peronismo que los causaría.
Anhelaba, en definitiva, expresar los intereses del establishment en la lucha política por métodos democráticos. En el libro Mundo Pro se cuenta que Macrì, en confianza, presenta al suyo como el partido que tiene en los negocios su razón de ser. La aritmética impone una barrera infranqueable a tales pretensiones, lo que a su vez entorpece la estrategia; y/o viceversa. Las PASO expusieron insuficiente al planteo purista, y obligó a reconducir los esfuerzos hacia la siembra en otros territorios, lo que a su vez derivó en roces en la interna republicana, tanto por quienes rechazan ese volantazo como por los que nunca digirieron el trato y aprovecharon el flojo desempeño del ex presidente de Boca Juniors en la primera posta para visibilizar su malestar, y su resistencia a militarlo.
Massa, por su parte, tras ser excluido del arreglo firmado en la convención radical de Gualeguaychú de principios de marzo –acorde a la desperonización que, se insiste, comenzó a gestarse aquella jornada– y por consiguiente casi quedar fuera de juego, se sostuvo gracias a su confluencia con José Manuel De La Sota, PJ prototípico, sobre el filo de los cierres de listas.
La cantinela, cuando esta tríada pintaba para protagonizar esta película, ya por mediados de 2014, era la inexistencia de desavenencias sustanciales entre ellos. Esas fabuladas coincidencias se vertebrarían en torno a un ítem esencial: la refutación del ciclo vigente, de movida; y de fondo, lo dicho, del peronismo. Ninguno de los dos contrincantes por el segundo lugar, sin embargo, pudo escapar a la por lo menos promesa de “mantener lo bueno” de lo actuado desde 2003, y Macrì llegó a estos días a caballo del descubrimiento de un busto en homenaje al general Perón, declarándose además inspirado por las enseñanzas del tres veces presidente de los argentinos.
Con el epílogo a toda orquesta –tanto en términos de imagen como de gestión, que se interrelacionan– de la presidenta CFK como frutilla de un postre que le es indigesto, al statu quo le resultaría difícil concluir de esta historia que ha obtenido sino una derrota ideológica contundente: las sincronías finalmente se acumularon, pero exactamente a 180º de lo que antojaban. Podía fallar. Drama que los lleva a explorar la intrusión del FpV como última opción en la que gravitar.
La recta de un trazado en relación al zigzagueo de los restantes es suficiente editorialización.
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Los muy disímiles suelos que pisan una y otros espacios proyectan señales de poder hacia la esfera en que se cocina el caldo más jugoso en la definición de la política: la internacional.
Scioli ya es recibido en países de la región, como dijera esta semana Ignacio Zuleta en Ámbito Financiero, con honores de jefe de Estado, dado que eso es lo que deja trascender lo narrado ut supra. Y refuerza sus maniobras finales catapultado en esa agenda, que lo prestigia como dirigente, especialmente si se lo compara con adversarios que lucen más preocupados por ganar los auspicios de Susana Giménez, Juan José Campanella, Gustavo Noriega o Pablo Sirvén que los de Lula da Silva, Dilma Rousseff, Evo Morales, Tabaré Vázquez y el resto de los pares con los que Argentina debe vincularse para afrontar los retos laberínticos de una globalización crecientemente hostil.
El pasado 6 de octubre, se celebró en la Cámara de Diputados de la Nación un panel sobre Parlasur, cuyas conclusiones difundió el politólogo Gonzalo Bustos en su blog Optimus Subprime.
Entre todas, destaca la recomendación de crear incentivos integracionistas para apuntalar demanda social en tal dirección. Y justamente, Scioli y Dilma han avanzado en la posible articulación de las bancas de desarrollo de Argentina y Brasil como medicina con la que revitalizar la bilateralidad aletargada por las reacciones proteccionistas a que fue acorralando a los Estados el despelote en que está convertida la economía planetaria luego de la implosión de los centros neurálgicos financieros de 2008, que se desparrama sin reparar en soberanías, con nefastas consecuencias.
Esa inyección de reimpulso ofrecerá numerosos atajos para eludir los aprietos que hoy acosan a ambos vecinos grandes de Sudamérica sin menoscabo del bienestar popular, norte que guía a los oficialismos a ambos lados de la frontera del Iguazú, coyuntura carioca al margen.
Falta nada para que las urnas revelen si pesa más todo eso o el bochinche estilo Intratables.