Alguna vez alguien dijo que el kirchnerismo “recibió una toldería neoliberal y devuelve un país”. Esto es innegable. Néstor Kirchner asumió la presidencia de una nación destrozada después de 29 años de sistemática destrucción de La Argentina Peronista. El modelo mercadointernista, industrialista y de pleno empleo que habitó los años centrales de nuestro siglo veinte fue destruido por una dictadura militar sangrienta primero, por un demoliberalismo entreguista después y por la cooptación de la conducción del Movimiento Nacional finalmente. Para 2003, la sociedad neoliberal que había intentado reemplazarla ya había estallado por los aires. Lo que quedaba era una pobreza atroz, un desempleo histórico, los restos de un país en llamas y el Movimiento Nacional como único partido político sobreviviente (si bien fragmentado). Quien asuma en diciembre encontrará un país. Con avances gigantes, con cambios estructurales y culturales importantes que van decantando después de la efervescencia 2008-2012, con potencial, con futuro y con problemas. Pero un país. Con un presente vivible para la gran mayoría de los argentinos y con un porvenir promisorio.
El kirchnerismo también nos deja una generación política. Los años de militancia, las experiencias vitales y organizacionales de los últimos seis años no caen en saco vacío. Quedan en la mente de los actores, individuales y colectivos, que forjarán la Argentina del futuro. Quedan en la caja de herramientas de la política de los próximos años, la cual, a diferencia de la de los dos mil, estará llena de experiencias recientes, fuertes, fructíferas, más o menos serias, que con sus aciertos y errores llenó mi generación en los últimos años. La mía es la generación que va a hacer el futuro del país. El país que nos entrega el kirchnerismo es la base a partir de la cual mi generación va a hacer lo que ella quiera y decida. Es una generación con una mochila mucho menos pesada que la que hizo el kirchnerismo. Y una experiencia menos violenta y más duradera, lo que permite otro tipo de crecimiento y proyección. Y no es un generación diezmada: es una generación entera, joven pero con años de praxis política.
El discurso de asunción de Néstor Kirchner, el del 25 de mayo de 2003, es la enunciación de una utopía (un sueño). Se trata de la utopía del “país normal” (“pero también un país más justo”). Esa utopía en 2003 parecía inalcanzable. Con la bandera argentina flameando sobre nuestras ruinas, el horizonte del país “normal y más justo” quedaba muy lejos. Hoy, once (doce) años después, ese sueño resulta inexplicablemente moderado. Hoy, con todos los problemas que reconozcamos, tenemos un país normal y un país más justo. ¿Para esto luchamos tanto? Sí. La política es luchar años, décadas, vidas enteras, para avanzar unos pocos metros. Pero cada trinchera que va recuperando el campo popular argentino después de lo que han sido sus terribles derrotas constituye un premio más que valioso para las vidas que cuesta ese avance. ¿Con esto nos conformamos? No. Somos una generación joven. Reconstruimos un país, lo hicimos normal y más justo. Hoy, la generación hija del kirchnerismo tiene como deber construir la Nueva Utopía de la Argentina, lo que verdaderamente queremos hacer con el país que hoy tenemos.
Tal utopía no saldrá de ningún laboratorio: deberemos saber escuchar con honestidad y sin prejuicios vanguardistas las voluntades de las grandes masas argentinas y canalizarlas hacia un objetivo histórico que sirva de horizonte para nuestra acción política. Tendremos que dejar rápidamente de mirar al pasado; tendremos que reconocer que estamos solos y que el porvenir de la Argentina está adelante. La utopía de Néstor Kirchner y Cristina Fernández es la que nos llevó de la mano al país del 2015. La construcción de la Nueva Utopía es la tarea de nuestra generación. Y deberemos hacerlo solos.