Las fantasías posjusticialistas

La última década argentina fue el escenario de un proceso de politización de la sociedad. Si tuviéramos que elegir un segmento demográfico en que este proceso fue más evidente y significativo, es en los jóvenes de sectores medios urbanos. Léase, nosotros. Buena parte de esta corriente de politización juvenil fue absorbida por las organizaciones que defienden al mismo proyecto político que la causó: el kirchnerismo. Los ingresos masivos a la militancia política de la última década pueden pensarse asociados a dos hechos: muchos nos decidimos a tomar partido en 2008, cuando la 125; otros entraron después del funeral de Kirchner. La mayoría de los que entrábamos en ese momento no veníamos del peronismo. Hayamos entrado hace siete o hace cinco años, es necesario que sin pudor reconozcamos lo que somos: recién llegados. Y aceptemos la humildad para hablar de ciertas cosas que eso implica. Algunos nos llamaron (peyorativemente) en algún momento “los hijos del funeral de Néstor”. A esto puede contestarse que algunos entraron antes y que además hay una cuestión etárea, en tanto reclamarnos que hiciéramos política antes de los quince, diecisiete o diecinueve años no tiene demasiado sentido. Pero la observación no deja de ser cierta y tiene consecuencias políticas. Esas consecuencias son que si bien la desfachatez, la rebeldía, la inquietud de cualquier juventud en cualquier proceso político es de lo más valioso, tenemos aún más que aprender del movimiento al que llegamos que lecciones que enseñarle o caminos que marcarle. La película no empezó cuando llegamos nosotros.

Cuando llegamos en 2006, 2007, 2008, 2009 o 2010, entramos con mil y una reservas. Vivíamos en ámbitos donde asumirse kirchnerista era romper por entonces un tabú (recuerdo una campaña en la UBA en 2010 llamando a “salir del Kloset”) e ingresábamos por tanto al proyecto político trayendo con nosotros las críticas que aún conservábamos de afuera. El apoyo de muchos era “crítico”. Hubo quienes prefirieron al menos por el momento entrar al kirchnerismo pero no ser parte del Frente Para la Victoria. Éramos los primeros herejes en muchos territorios, pero no éramos fanáticos. Si en la práctica plantábamos nuestras banderas con audacia en lugares hostiles, nuestro discurso era por el contrario temeroso, hacía demasiadas salvedades, pedía disculpas implícitas constantemente. Estaba muy difundido eso de criticar lo malo y defender lo bueno. No comprendíamos todavía la lógica del peronismo, que es la lógica del poder. Y por tanto las tonterías más simplonas como el video de un gobernador peronista saludando a un presidente peronista en los noventa llegaban a preocuparnos, en tanto nos recordaban lo que ya sabíamos: la ausencia de pureza y coherencia históricamente progresista del proceso enormemente transformador que defendíamos. Usábamos palabras, adjetivos y conceptos que hoy nos arrancan una sonrisa nostálgica. “Lo peor del PJ”, “el pejotismo liberal”, “los barones del conurbano”, “la burocracia sindical”, etc. Interpretábamos y juzgábamos a nuestros nuevos aliados a través de los conceptos y las palabras de nuestros adversarios, que eran hegemónicos en los mundos donde vivíamos. Aún no habíamos dado la disputa ideológica. Ni en los ámbitos en los que nos movíamos ni en nuestras propias mentes.

Hoy es 2015. Ya no tenemos diecisiete, estamos próximos a cumplir los veinticuatro. Hace siete años que somos parte de un movimiento político que reúne a millones y que hace setenta años es mayoritario en nuestro país. Si después de todo este tiempo de transformación no sólo del país, sino de nosotros mismos en términos políticos y personales, no hemos realizado aprendizaje alguno sino que seguimos repitiendo las viejas maneras de entender este nuevo mundo maravilloso que habitamos, deberíamos preguntarnos si algo anda mal con nosotros. Uno entra a los movimientos políticos queriendo cambiarlos, pero los movimientos políticos tienden en la misma o mayor medida a cambiarlo a uno. Y eso no es necesariamente malo, aunque duela al corazón del individualista romántico. Hoy debemos comprender que si hay un movimiento político de masas en la Argentina que llena de votos las urnas hace setenta años y que ha sido capaz de realizar en distintas épocas las transformaciones más importantes de nuestra sociedad, las utopías que soñamos para nuestro país no deberán hacerse “contra” sino “desde” ese movimiento. Y que nuestra participación en ese mundo no debe ser desde un entrismo instrumentalista, sino desde la humildad del aprendizaje constante. Que nuestro ingreso en ese movimiento no debe estar regido por el criterio pragmático de que con sus votos se gana, sino con la convicción profunda de que es esa identidad política la que desde hace más de medio siglo expresa el sentir popular de las masas de nuestro país. Y jamás entrar para rápidamente mandar, ni ser consumidores de poder ajeno en lugar de crear poder propio.

En dos semanas son las PASO en la provincia de Buenos Aires. El FPV medirá en esa elección dos precandidatos a gobernador y dos precandidatos a vice. La elección se presupone muy reñida. Hay una lectura política muy difundida en los últimos días, según la cual la fórmula Fernández-Sabbatella representa al “kirchnerismo duro” frentista, progresista y centroizquierdista, mientras que el binomio Domínguez-Espinoza expresa al “peronismo clásico”, con todos los prejuicios que eso provoca en el progresismo kirchnerista noperonista. Más allá de que esta discusión no tiene efectos significativos en el electorado provincial y de que tal relato es muy discutible en tanto múltiples organizaciones no necesariamente peronistas apoyan explícitamente a Domínguez, el debate es interesante porque nos hace preguntarnos si después de varios años de militancia adentro de, o codo a codo con, el peronismo, hemos realizado algún aprendizaje de nuestra experiencia. O si por el contrario seguimos viendo al movimiento nacional mayoritario de la Argentina como algo siempre en última instancia negativo, que en el fondo quisiéramos “superar”. Cuando Cristina Fernández dijo en 2011 “yo nunca pretendí ser revolucionaria, siempre fui peronista, y muy humildemente”, mostró una cabal comprensión del rol histórico de esta década de transformaciones como uno de los capítulos más maravillosos de la historia del movimiento peronista. Pero no como su superación.

A dos semanas de la elección en que se define el futuro del distrito más populoso del país, algunos compañeros consideran que una victoria de Aníbal Fernández y Martín Sabbatella significaría “un primer paso” en la renovación del frente popular, comenzando a dejar de lado a los “barones del conurbano” o a “lo más rancio del PJ”. Después de años de militancia y aprendizaje político, es importante que nuestra generación deje de usar los conceptos con los que nuestros adversarios por izquierda descalifican moral o estéticamente (y en el fondo, clasistamente) a buena parte de nuestros compañeros del Partido Justicialista y del Frente Para la Victoria. Y en particular, a aquellos que justamente nos traen los votos sin los cuales sólo podemos transformar charlas de café, pero jamás el país. Y que además tienen mucha más representatividad que nosotros mismos. Nos guste o no, ya fue demostrado en 2003 que la renovación de cuadros políticos y el desarrollo de la Argentina (dos tareas también de nuestra generación) no sucederán “contra” el movimiento, sino que surgirán de sus propias entrañas. Mal que les pese a las fantasías posjusticialistas.

(Visitas Totales 1 , 1 Vistas Hoy)
The following two tabs change content below.

Martín Schuster

Sociólogo (UBA) // Twitter: @MartinSchus