Nunca nos gustan los resultados electorales de CABA. Cada día posterior a una elección en ese distrito nos lleva a kirchneristas, a peronistas, a realizar un análisis necesario de la derrota y a intentar explicar por qué nuestros rivales nos sacan tantos votos. Nos produce incredulidad que un partido que nos parece tan ajeno, tan otro, tan lejano a nuestras convicciones y a nuestra visión de mundo saque tantos votos en el lugar en el que nosotros vivimos todos los días. Nada nos diferencia de quienes, motivados por el horror y la sorpresa, en 1946 intentaban explicar el milagro aritmético o diez años después se preguntaban con inquietud “¿Qué es esto?”. Después de ya ocho años de derrotas, cada vez hay menos sorpresa y más resignación.
No obstante, no son sólo los números adversos lo que a kirchneristas y peronistas siempre nos ha disgustado de las elecciones de CABA. Sí, perdemos en la ciudad. Pero además de eso nos molesta que históricamente ese distrito vote tan distinto. No podemos ganar porque (nos parece) es un electorado que se mueve de forma muy diferente al resto del país. En primer lugar nos molesta su volatilidad. Acostumbrados a distritos donde los números son razonablemente estables y se sostienen identidades políticas mayoritarias por décadas, desconfiamos de un electorado que en sólo dos años puede pasar de llenar de votos a un partido a abandonarlo por completo al cementerio de las experiencias políticas olvidadas. Si no, preguntémosle a Proyecto Sur y su experiencia 2009-2010. Por otro lado, nos disgusta que le interesen más los candidatos que los partidos. Que corte tanto boletas. Que vote a Carrió más que a UNEN. O a Pino más que a Proyecto Sur. Que hayamos tenido que poner una y otra vez a Filmus, porque los votos que él sacaba no eran necesariamente los votos del FPV. Nos resulta difícil llevarnos bien con un electorado que no tiene lealtad a color alguno, sino que oscila cada dos años según le atraiga la imagen de uno u otro candidato.
Y sin embargo esos dos elementos estuvieron ausentes en estas PASO de 2015. Después de ocho años de elecciones distritales ganadas por el PRO, ya resulta difícil hablar de volatilidad, al menos en la elección mayoritaria de los porteños. Sean ejecutivas o legislativas, en contextos peores o mejores, con elecciones nacionalizadas o no, el PRO sigue ganando. A diferencia de lo que pasaba antes de 2007, a esta altura las elecciones de la ciudad son predecibles. Las actuales y las del futuro cercano. Son mucho más predecibles que las nacionales, incluso. Sabemos que va a ganar el PRO. Las incógnitas de la última elección fueron solamente el resultado de su interna y las distancias entre los candidatos. Y además, el PRO gana más allá del candidato que ponga, sea competitivo y atractivo o todo lo contrario. Ya no gana el candidato, sino más bien el partido. Este hecho se demostró ayer, en forma de interna. Gabriela Michetti, un tanque electoral a priori, por su nivel de conocimiento y de imagen positiva en el distrito, perdió por goleada contra Horacio Rodríguez Larreta, candidato invendible si los hay. La única ventaja de Rodríguez Larreta sobre Michetti fue el partido. Y el apoyo del líder de ese partido. Esas dos cosas bastaron y sobraron para compensar la diferencia entre ambos candidatos y para darle al candidato “oficial” del PRO una ventaja de diez puntos.
A partir de la elección de ayer podemos decir que ambas características históricas del votante porteño (su volatilidad y su preferencia de candidatos por sobre partidos), quizá ya no existan. El electorado porteño es hoy más parecido a lo que siempre quisimos. Prefiere votar al candidato “oficial” de un partido, aunque tenga inicialmente una imagen mucho menos positiva que la de su contendiente. La mayoría de los ciudadanos de Buenos Aires revalidaron ayer su lealtad a un líder político, a su partido y a su decisión de poner a un candidato poco competitivo como su sucesor. Condenaron casi al olvido a una figura que inició la campaña con mucho mayor nivel de conocimiento y mejor imagen que el candidato “orgánico” del PRO. El electorado porteño ciertamente ha cambiado su comportamiento histórico. Es ahora mucho más previsible y tiene una lealtad fuerte a un partido. Y renueva esa lealtad cada dos años desde 2007 para acá, en cualquier contexto y más allá de qué sea lo que se esté votando. El único problema para nosotros es que ese partido es el PRO.