Proyecto político y organización: la construcción de poder popular ante la restauración conservadora.

[vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_facebook type=»standard»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_column_text]

Macri, Massa, deuda, buitres, dólar, inflación, soja, SRA, UIA, devaluación, ley de abastecimiento, monopolios, empleo, salarios, ganancias, jubilaciones, pobreza, sectores medios, inseguridad, medios, corrupción, China, Rusia, Brasil, Evo, Griesa, EEUU, OTAN, conducción, no reelección, irreversible, historia, partidos, agrupaciones, juventud oposición,… Perón y Nación.

El grito prevalece al contenido. Amplitud, ambigüedad, azar, cambalache en permanente debate. Algo pasa para que pase esto. Las respuestas a preguntas tales como ¿cómo se desarrolla una nación con enclave económico?, ¿qué fracción conduce ese proceso?, ¿qué sector gana y qué sector pierde?, explican tanto ruido.

Cada una de estas preguntas habilita un análisis, un debate y una acción. El posmodernismo nos invita a entender el todo por su parte. Todo por sí mismo en el mejor de los casos, y en el peor, el todo es solo nostalgia. De esa concepción devienen excautivos análisis, pruebas cuantitativas y eruditas explicaciones sobre los hechos en sí. En el campo de la política, esto se traduce en la universalización de la acción particular. La ceremonia de graduación detiene la ausencia de un proyecto colectivo. Limpiar pingüinos es salvar al mundo o, en el mejor de los casos, un progresismo errático, una ausencia ideológica condenada al fracaso.

Pero ofrece una atractiva relación para lectores-electores: la conexión posible, un puente de plata de la agencia particular con su relación con lo universal. Camino estéril y bienvenido para el poder real.

En un caso, el limpiador de aves empetroladas, en el otro, una FAUNEN de particularidades sin proyecto de pertenencia. Son la proa del proyecto ajeno.

Prescindamos de esa concepción para abordar nuestros problemas, para entender qué pasa para que pase esto.

Adentrémonos a los grandes relatos, ahora sí, los relatos universales, donde el todo explica siempre sus partes, sin más normativas para el quehacer, y donde entender los porqué de los hechos es siempre el camino. La fórmula de la historia, a disposición del lego.

Es la seguridad plena donde la acción tiene siempre un destino con resultado “puesto”. Un lugar seguro de la academia, del analista y sobre todo de la política. La cultura del saber es la cultura dominante.

Con las reglas de la historia en nuestro haber, explicamos, operamos y trabajamos por esa acción individual que corresponde a esa verdad revelada, a la verdad aprensible y consagrada, aunque, detalle de la historia, nunca es conveniente, ni consecuente con los intereses de las mayorías.

La exclusión y la explotación escribieron así sus mejores páginas de la historia. Y los pueblos, la página de su resistencia.

Aun si izquierda y liberal habitaran esa nostalgia, insisten, y a menudo colaboran, en su juego de razones absolutas.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_text_titles title=»¿Meditación literaria o vigencia argumental?» title_type=»h1″ page_title_type=»v1″ title_align=»left»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_column_text]

La inflación es por emisión, y el estado es explotación. Moneda corriente en el debate de nuestros días, ambas tributarias de estas concepciones. Desde Macri pasando por Massa hasta Altamira, la oposición habita aún el relato liberal y el minirelato marginal.

Sin dudas, la amenaza para el campo del pueblo habita en el reflujo del relato neoliberal y en sus expresiones. Pero el peligro no es solo su relato, sino su nueva oportunidad de constitución de instancia orgánica hegemónica.

Prescindamos, por tanto, del manual del comprador hecho por el vendedor, para abordar nuestros problemas y para atender esta amenaza. Pensemos desde nuestra concepción, pero pensemos en problemas.

El campo popular no debe pensar los hechos en sí mismos, porque su superación demanda la totalidad del pueblo argentino, no solo de algunos sectores -y menos aún de particularidades de teflón-. No existe receta para cada uno de estos temas y problemas, existe un proyecto que los contiene a todos. El único sujeto capaz de motorizar un proyecto es el pueblo, el resto, solo motoriza particularidades sectoriales.

Pero tampoco podemos tomar totalidades ajenas, ni discursivas -y menos prácticas-, primero y principalmente, porque estas totalidades son las que consignan el camino de los intereses antipopulares. Y segundo, porque los pueblos siempre prefieren el original a la copia.
Recuperar y crear las propias interpretaciones del campo popular es un desafío que no debemos eludir. Negar los problemas abre la senda para la disputa por el sentido de esos problemas, donde se ensayan y consolidan respuestas ajenas a los intereses de las mayorías nacionales. Pensar estos problemas con nuestra teoría, con nuestra doctrina, con nuestro legado, puede ofrecernos la contracultura política necesaria para la superación de estas instancias. Esto es un paso previo y necesario para trazar nuevos senderos de un proyecto nacional (los proyectos sin pasado no son populares, pero sin futuro no son hegemónicos). Senderos que no saldrán de letras sino de hechos.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_text_titles title=»Elementos para el debate» title_type=»h1″ page_title_type=»v1″ title_align=»left»][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/1″][vc_column_text]

La historia reedita las condiciones para la actualización de una tercera posición, concepción sobre la cual se reconstituye la ampliación y recomposición de un proyecto nacional de emancipación con cambios profundos, pero con un cuerpo teórico y práctico de sustancial valor histórico y político con que se ensayan los nuevos trazos de un proyecto nacional. Los contenidos de esa tercera posición en el siglo XXI se imponen como condición necesaria para superar los desafíos del presente y para la recreación de un horizonte para el campo popular.
Asistimos a una redistribución de la producción global. China produce el mundo y EEUU lo consume, y lo hace, además, con deuda.

La fenomenal acumulación del sistema capitalista no distributivo de su período unipolar, conformó un extraordinario sistema de circulación de excedentes, un sistema financiero de dominación global. Si bien es un poder desterritorializado, goza en última instancia de un garante final de su poder normativo, el poder económico y bélico real. La dependencia tecnológica y la penetración cultural son solo algunos de los elementos que componen un escenario mayor de la morfología imperial del siglo XXI.

Pese a sus incontables diferencias, ambos extremos, de EEUU a CHINA, organizan su producción y consumo bajo una estricta disciplina, la del mercado y el estado.

En ambos extremos el sujeto ha muerto. En uno es consumo, y en otro, número. No existe un sujeto político en las expresiones hegemónicas globales. El factor político diferenciador del proceso de américa latina es la constitución política del sujeto. Este elemento se impone como más gravitante que las condiciones de inserción que esta última década le ofreció a las economías de la región. Esto nos presenta grandes desafíos, algunos de los cuales Argentina enfrentará antes que el resto de los países de la región.

El modelo de acumulación nacional tiene hoy dos grandes polos de integración hegemónica y antipopular.

El sistema capitalista hoy vuelve a ofrecer dos alternativas al mundo. La explotación de las naciones, vía el capital financiero, o la explotación de los pueblos, vía la explotación del capital concentrado. El capital financiero funde a las naciones y el productivo con eje chino, funde a los hombres. El mundo tiende a dos caminos para el “desarrollo” de naciones con economías de enclave como la nuestra, que se inclinan hacia un modelo de trabajo para pocos y deuda para todos, o salarios de hambre para todos. El crecimiento con inclusión, distribución y democracia de América Latina demanda otro modelo a los internacionales en pugna y vigente, podríamos decir la búsqueda de una democracia popular industrializada.

Por ello afrontamos el ineludible cambio de face política, que fue desde la resistencia a la inclusión, y ahora al desarrollo. “Desarrollo” -no en términos cepalinos, sino en términos populares- es el desafío. Y ese desarrollo no está claro, ni conceptualizado, ni debatido con las características del siglo XXI, y si lo está, por lo menos, no ha sido apropiado por nuestros pueblos. Esa apropiación es una tarea política, y como premisa sostenemos que su éxito depende del pueblo, pero su fracaso de la política.

La constitución del individuo en sujeto político fue condición necesaria para los modelos de acumulación regionales, pero no permanente, ni suficiente, de cara al desarrollo económico y democrático. Ahora es el pueblo el que tiene que homogeneizar el proyecto y construir la hegemonía. La inclusión era, entre tantas otras cosas, también funcional a la concentración, en cambio, el desarrollo no. Este quiebra la confluencia antagónica anterior. Cierra una etapa histórica de armonía de intereses antagónicos entre grupos económicos y mayorías populares. A eso nos enfrentamos desde hace ya unos cuantos años.

Este proceso nos presenta varios desafíos, pero uno inmediato, uno que se mide en meses. Los cambios de faces, pero también errores y problemas hasta aciertos del ajeno, han hecho germinar un proceso de escisión tripartita, que debemos detectar, revertir y superar de cara a las próximas elecciones, entre una base social extensa con eje en los sectores populares, una base electoral frágil en los sectores medios y una sólida pero restringida base política, en tanto organizaciones de pertenencia con el proyecto.

Como concepción, es la base política la primera responsable en trabajar para la confluencia y reversión de este proceso puesto que las organizaciones políticas son las depositarias de la ideas de un proyecto y, por tanto, las que deben garantizar su continuidad vía ampliación de voluntades, fuerza y apoyo político y electoral. Esto supone la premisa política de que si el pueblo no acompaña a un proyecto, es responsabilidad de las organizaciones políticas de ese proyecto y no del pueblo que resultado de proyectos antagónicos se impongan.

Sobre estas escisiones se construye la posibilidad orgánica de un modelo de desarrollo no distributivo. Los proyectos antipopulares tienen dos representaciones electorales locales acorde al plano internacional mencionado, el financiero con Macri y el empresario con Massa. Ambos políticos conservan una lógica de integración natural con las hegemonías mundiales a disposición, esto es, una nación con deuda y/o una nación con salarios bajos y grandes ganancias empresarias. El proceso de escisión tripartita mencionado le permite hoy tengan opciones electorales reales, pero no aun de victoria. Si el campo popular no logra revertir esta escisión, la chances de victoria estarán saldadas para estos proyectos, y la posibilidad de una nueva instancia orgánica que armonice sus matices e intereses estarán dadas, vía reparto de intereses populares, siendo estos la moneda de integración de los dos fracciones de los sectores dominantes con proyectos antipopulares en curso. Si el campo popular no logra constituir una instancia de representación electoral sólida, sus intereses y sus logros serán arrebatados una vez más en la historia. Si lo conseguido no tiene representación, puede dejar de ser conseguido o no, pero seguramente no será prolongado. Si no hay votos, no hay exigencia.

En política, dicen, todo es posible; a menos que perder sea ganar cuando de votos se trata.
El nuevo desarrollo tiene que ser un horizonte del pueblo argentino a disputar sobre lo conseguido. Será una tarea de la política el imponerlo como una demanda del conjunto del pueblo argentino. Ese desarrollo popular, ni financiero, ni empresario, no es posible si gobiernan los banqueros de la deuda, los dueños de la tierra y los dueños de las empresas.

Tenemos que contar más votos que los que quieren proyectos de nación en armonía con el imperialismo del siglo XXI. Sobre ese desafío, el campo popular tiene un tarea inmediata, la de restringir, revertir y superar la escisiones entre su base ideológica política su base social y su base electoral. Los militantes, las organizaciones y toda la representación política del proyecto nacional están en condiciones de lograrlo. Queda un año para ampliar y fortalecer el proyecto nacional en las urnas, proyecto con fuertes dispersiones y matices, como el peronismo, pero cualquier distancia entre compañeros es menor que entre los enemigos. Los objetivos permanentes de todo gobierno nacional están sentenciados en nuestra doctrina: la grandeza de la nacional y la felicidad del pueblo. Su garante es el pueblo y sus organizaciones. Las organizaciones de hoy no son las de la resistencia, son organizaciones políticas con peso específico y con un proyecto político. Que las organizaciones disputen proyecto, y no alimentos es lo que esperamos.

Los objetivos permanentes alternativos, son simplemente los contrarios, y sus garantes son el poder fáctico y el de las corporaciones.

O garantes, o sometidos.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

(Visitas Totales 1 , 1 Vistas Hoy)