El 1º de agosto, siete días antes de las PASO, se habló en esta columna sobre la paz en que discurría la campaña en territorio kirchnerista. Así era hasta ese momento, toda vez que el drama pasional que emprendió Florencio Randazzo cuando se anunció la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini no mereció repercusión más allá de sí mismo y de cierto revoloteo en redes sociales. Es cierto que la disputa entre los precandidatos a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, Aníbal Fernández y Julián Domínguez, ya distaba de lo conveniente en términos de modos, pero tampoco era para tanto. A fin de cuentas, hablamos del PJ-PBA, muy de sobra aclimatado al barro.
Pero, cual si se pudieran tomar en serio las brujerías, ese texto pareció convertirse en mufa, porque desde el día siguiente, cuando el Grupo Clarín -a través de dos de sus peones, Jorge Lanata y Elisa Carrió- organizó una mugre mediática (de las más burdas, pero también de las más dañinas que se recuerden) contra el ministro coordinador de la presidenta CFK, el clima se enrareció en el Frente para la Victoria a un punto tal que ni el buen resultado electoral logró aún disipar del todo. Lo cual se agravó por las inundaciones que azotaron parte del interior y del conurbano bonaerenses, y por el desafortunado viaje del postulante presidencial del espacio en medio de ello.
Las tensiones, que fueron más allá de la tirantez entre los aspirantes a la sucesión de Scioli, y se proyectan hasta la relación de los que serán sin duda los dos principales mascarones de proa del FpV de cara a la cita de octubre, tienen por vicio fundamental su coincidencia con las aspiraciones del establishment en relación al instrumento más potente de los que compiten en la formalidad jurídica: dividirlo; pues los retadores, parece, no se bastan por sí solos.
Es deseable, para las perspectivas del oficialismo nacional, que no llegue sangre a la desembocadura en que confluyeron Cristina y DOS para mejor provecho del peronismo.
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Durante la semana que hoy termina volvió con vigor a las primeras planas noticiosas la crisis preocupante que atraviesa en Brasil la continuidad de Dilma Roussef, en particular; y el PT, y por ende su razón política toda, en general. Con Lula de Silva en obvio rol destacado.
No hace falta abundar mucho en explicaciones acerca de las consecuencias que el desenlace del Petrolao puede acarrear para nuestro país. Por los fortísimos lazos que ligan a ambas aquitecturas socioeconómicas, tanto como a sus respectivos liderazgos políticos. No es novedad la escasa atención que en, promedio, la dirigencia argentina dedica a la política internacional. Demencial en tiempos de bloques y mercados supranacionales interconectados al extremo. No es ése, sin embargo, el objeto de este texto. Ni tampoco desentrañar el drama que en específico acosa al PT o las posibles réplicas que aquí podrían derivarse de un eventual giro significativo en Brasil, tras una década en que los entendimientos se profundizaron como nunca antes en la historia de esta asociación. Que, enhorabuena, excede de lo meramente comercial.
Es necesario capturar un dato en el que coincidieron la mayoría de los análisis: la debilidad del diseño institucional en que se asienta la administración Dilma. El PT controla escasos sitios de los que, tanto en el poder ejecutivo como en el congreso federal, corresponden al gobierno que construyó en alianza con el PMDB, el partido más grande y tradicional de la democracia brasileña. Que, paradójicamente, aunque hace rato no logra construir una postulación taquillera para alcanzar la presidencia, sigue vigente. Lo hace a través de una planificada fragmentación de sus hombres que, alternativa y simultáneamente, reparte en el ejercicio del papel de oficialismo y oposición.
Lula y Fernando Henrique Cardoso antagonizan, pero ambos han marchado a cuestas de fragmentos del PMDB, que, así, renueva posiciones desde las que prolonga su supervivencia.
Son, así, pocos los legisladores y ministros petistas puros. Y para colmo, luego de conseguir su reelección Dilma decidió, lisa y llanamente, entregar la cartera económica al financierismo, que designó un peón de su confianza, Joaquim Levy. Retroceso, a la vez, ideológico y estratégico.
La conclusión cae de madura: la escasez de recursos propios disminuye la capacidad de aguante de un mandatario, porque los incentivos a tal conducta provienen de la pertenencia.
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El kirchnerismo sufrió embates significativos a lo largo de doce años en ejercicio del poder.
Si bien una componente principal de su resiliencia ha sido la decisión política de Néstor Kirchner y CFK en cuanto a rechazar amenazas, no menos cierto es que esa práctica encajó en una estructuralidad determinante como lo es la robustez comparativa del justicialismo: gobernadores, intendentes, diputados, senadores, etc; que se hacen notar en la correlación de fuerzas.
Dicho sencillo: a las pulsiones de aquellos a quienes Maurizio Macri prometió devolver el manejo del dólar sólo es posible contestarle sumando una escaño legislativo arriba del otro, una provincia arriba de la otra; y así, sucesivamente. Y atreviéndose a ponerlos en juego, por supuesto.
Cuando Andrés Malamud le dijo a Carlos Pagni, en la edición del último lunes de Odisea Argentina en TN, que no cree que el episodio de la falsa acusación urdida contra Aníbal Fernández vaya a conmocionar las preferencias de los votantes de modo considerable, el también columnista del diario La Nación le respondió que, aún si así fuera, al menos servirá para inducir reacciones en los protagonistas de la ficción escandalosa. Más claro, échele agua. La menor expectativa que despiertan los pronósticos opositores, además de la necesidad de ocultar o desviar la atención a propósito de sus definiciones programáticas, redirige los esfuerzos hacia adentro del peronismo.
La hipótesis de máxima es revertir la pole position de Scioli: agregó Malamud, a la cita referida, que quien va primero, así sigue; “el segundo nunca depende de sí mismo”. En dos meses juegan su boleto también varios jefes de Estado locales, con todo lo que eso puede esperarse que eso influya en el estiramiento de la ventaja respecto del 9 de agosto, que no era definitorio.
Y si eso no resultara posible, por lo menos erosionar los márgenes de acción del elegido.
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Mientras estas líneas se escribían, hubo la trigésimo segunda cadena nacional de Cristina Fernández en 2015. Cosas de la trepidante realidad que nos toca, mucho de lo dicho hasta aquí quedará ya viejo. Pero que sirva como moraleja de cara a lo que resta de campaña, que pinta cochina. Una extensa serie de anuncios de gestión sirvieron como escenario para la exhibición de una renovada sintonía en el mosaico del peronismo que gobierna, tanto como del inconmovible entusiasmo de las bases que se encolumnan tras de la conducción de la presidenta de la Nación. Quien, de hecho, se encargó, con su alocución, de compaginar ambos elementos en un marco común que, explicó, es la mayor garantía para las realizaciones que están prontas a disputar su reválida.
Sería tonto perder de vista las enseñanzas del Martín Fierro y darles el gusto a los de afuera.

Pablo Papini
