“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, frase inmortalizada por Karl Marx y Friedrich Engels en la apertura del Manifiesto del Partido Comunista (1848). El fantasma del comunismo recorrió Europa durante el siglo XIX y XX sin llegar a tener éxito. En la actualidad, otro fantasma recorre Europa: el fantasma del populismo.
El fantasma comunista
Marx y Engels sostuvieron que a partir del desarrollo capitalista y del carácter irreconciliable de clases estallaría la revolución socialista. Luego de ese momento transicional denominado “dictadura del proletariado” nacería la nueva sociedad sin clases: el comunismo.
El derrotero del fantasma por Europa comenzó en 1871 cuando estalla París y nace la Comuna. Allí, los comuneros establecieron el primer gobierno con carácter de clase del mundo. Se tomaron una serie de medidas inéditas hasta el momento. Sin embargo, en el contexto de la guerra franco-prusiana la Comuna fue abatida. El fantasma tuvo una estadía de 71 días en París y fue expulsado.
A partir de ese momento, los gobiernos occidentales comienzan a tomar medidas de relativa apertura democrática y de legislación social a fin de evitar otro levantamiento similar a la Comuna de París.
Ese fantasma que predijo Marx, recorre Europa sin poder establecerse en algún sitio fijo. No obstante, en 1917 en lugar de producirse la revolución en la avanzada Europa, se inicia la revolución en la atrasada Rusia zarista. Lenin y los bolcheviques toman el Palacio de Invierno y comienza el largo proceso de la Unión Soviética.
Mientras tanto, en Europa, los años siguientes marcan las derrotas del comunismo: en Alemania, Rosa Luxemburgo y sus muchachos del Partido Comunista Alemán (KPD) caen y luego vendría el nazismo. En Italia, Antonio Gramsci y el Partido Comunista Italiano (PCI) son aplastados por fascismo. En España, el franquismo derrota a los republicanos y revolucionarios en la Guerra Civil.
En 1949 Mao Zedong con el Partido Comunista Chino (PCCh) logra vencer a los nacionalistas del Guomindang (GMD) y se hacen con el poder del gigante asiático, que al igual que Rusia en 1917 tenía mayoritariamente una población campesina y pobre. El fantasma recorre Asia.
A fin de cuentas, y en líneas generales, el fantasma del comunismo no logró volver a Europa. El recorrido fue de derrota en derrota. Luego de la II Guerra Mundial, se inicia la Guerra Fría entre la URSS y los Estados Unidos. En ese contexto, y ante la avanzada “roja”–a la URSS se le sumaba China– los países europeos pusieron en práctica la economía mixta o de bienestar, que implicaba la política social hacia los sectores de más bajos recursos y la intervención estatal en la economía para incentivar el crecimiento industrial.
En paralelo a la Guerra Fría, en América Latina estalla la Revolución Cubana. En ese marco, el gobierno de los Estados Unidos con John Kennedy a la cabeza comienza a tomar medidas en la región para evitar una avanzada de tipo socialista: en primer lugar con la Alianza para el Progreso que constaba de un apoyo para los gobiernos locales con el objeto de realizar una serie de reformas moderadas para evitar la radicalización en la región. Sin embargo, tras la muerte de Kennedy, la política exterior de los Estados Unidos se fue recrudeciendo y los golpes de Estado fueron el patrón común en América Latina.
En los años 70 la economía de bienestar colapsa, y si bien en algunos países continuó el modelo de bienestar hasta el año 2000 –caso francés–, los gobiernos en general recibían cada vez más presiones para realizar ajustes, y a partir de ese momento comienza a surgir el incipiente neoliberalismo.
El hecho paradigmático fue Chile, donde se instauró el laboratorio neoliberal luego del golpe de Estado de Augusto Pinochet a Salvador Allende. Luego, Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos consolidan el modelo de Estado mínimo, privatizaciones y liberalización de la economía. Seguido a esto, los gobiernos socialdemócratas de Europa comienzan a aplicar las mismas medidas.
Volviendo a las fuerzas comunistas, Mao había muerto en 1976 y Deng Xiaoping inició el proceso de apertura económica a partir de 1978. Cuba estaba cercada por el bloqueo económico, y ya para 1989 cae el Muro de Berlín y en 1991 implosiona la Unión Soviética: fin de la historia ¿fin de la historia?
El fantasma populista
Con la desaparición de la URSS y el fin de la Guerra Fría, en el mundo occidental emerge la idea del “fin de la historia” que suponía que la historia como lucha de ideologías había finalizado, y que por delante ya no había obstáculos para la democracia liberal. El sustento teórico de esta idea fue dada por Francis Fukuyama, intelectual estadounidense que en 1992 escribe El fin de la Historia y el último hombre donde sostiene su tesis del fin de la historia.
Años antes, en 1985 Ernesto Laclau junto a Chantal Mouffe escriben Hegemonía y estrategia socialista, frente al neoliberalismo que avanzaba los autores sostenían que “La izquierda debe comenzar a elaborar una alternativa creíble frente el orden neoliberal, en lugar de tratar simplemente de administrar a este último de un modo más humano. Esto, desde luego, requiere trazar nuevas fronteras políticas y reconocer que no puede haber política radical sin la identificación de un adversario. Es decir que lo que se requiere es la aceptación del carácter inerradicable del antagonismo«.
En América Latina, la alternativa al neoliberalismo llegó en 1999 con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, luego le seguirían Lula da Silva en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, el Frente Amplio en Uruguay, entre otros.
Recordemos que el neoliberalismo había colapsado en el continente producto de las deudas con los acreedores internacionales como el FMI y el Banco Mundial. Mientras tanto, la población se subsumía en la pobreza, la exclusión social se expandía y los estallidos sociales ganaron las calles: en 1989 se produce el Caracazo en Venezuela, en 2001 la crisis argentina, en Bolivia se dan las guerras del agua (2000) y del gas (2003), entre otros estallidos sociales.
Europa se vio ajena a todo esto, los gobiernos se turnaban entre socialdemócratas y conservadores, pero la política económica en líneas generales no cambiaba. El modelo financiero había prevalecido sobre el industrial. Como resultado, a partir de 2008 comienza la crisis en la eurozona debido al aumento exponencial de deuda de los gobiernos y de los desequilibrios comerciales entre los países. Producto de la crisis, la socialdemocracia pierde legitimidad ante la sociedad y surgen nuevos movimientos políticos que intentan dar respuesta a la nueva situación.
Grecia y España son dos de los países más golpeados por la crisis, de allí surgen movimientos como Syriza y Podemos, quienes son catalogados como “populistas”, a ellos se les suma el Bloco de Esquerda en Portugal y Die Linke –la izquierda– en Alemania, entre otros.
Con la llegada de Syriza al poder en Grecia se empezaron a agitar los fantasmas del populismo en Europa. En La razón populista (2005) Ernesto Laclau explica que el populismo es definido de diferentes formas, entre ellas la más conocida –y a la que aluden diversos sectores que ven con miedo el ascenso de las nuevas fuerzas políticas en Europa– es la que supone que el populismo es un fenómeno irracional y demagógico, este está asociado a prácticas clientelares y antidemocráticas. Sin embargo, Laclau define al populismo como una forma de construir lo político. La influencia de Antonio Gramsci, de la teoría lacaniana y de la lingüística dan el sustento a la teoría de Laclau, donde le da entidad al populismo y lo reafirma. (Analizar toda la teoría de Laclau demandaría mucho tiempo, por ello solamente me detendré en dos puntos centrales).
El antagonismo y la articulación de demandas cumplen un rol fundamental en la teoría de Laclau. La primera, alude a que lo político no está dado por su positividad sino por su negatividad, su antagonismo. En el caso de los gobiernos latinoamericanos y de las nuevas fuerzas europeas, la negatividad está marcada por el rechazo al neoliberalismo. La articulación de demandas –que es común asociar al clientelismo–, en realidad supone una respuesta a las nuevas demandas dadas por la formación de identidades sociales.
Para finalizar, tanto los gobiernos latinoamericanos como las nuevas fuerzas europeas en crecimiento representan en sí una negación del neoliberalismo, y son movimientos que fueron –en el caso de América Latina– y son –en el caso europeo– capaces de dar respuesta a la crisis causada por el neoliberalismo articulando las demandas que surgen de ella.
El contexto de crisis en la eurozona plantea una situación: el modelo de la Troika –Banco Central Europeo, Comisión Europea y FMI– con la Alemania de Angela Merkel a la cabeza ha dado muestras de su finitud y el cambio está abierto en Europa. Ese cambio puede volcarse a gobiernos del tipo “populistas” que buscan darle un nuevo rol al Estado y reformular el Estado de bienestar suprimiendo los ajustes y las políticas de austeridad, o bien puede dar un giro hacia la derecha. La crisis europea produjo también el surgimiento de otro tipo de movimientos: nacionalistas de derecha, como el de Marine Le Pen en Francia, o de corte neofascista y/o neonazi, como Amanecer Dorado (AD) en Grecia, el Jobbik húngaro, y el Partido Nacional Democrático alemán (PND), entre otros.
Solo resta ver si el fantasma que recorre Europa se tomará una pequeña estadía en Grecia o visitará otros países del viejo continente. A no temer al fantasma, que como afirma Laclau: “si existe un peligro para la democracia este no proviene del populismo sino del neoliberalismo” o incluso, agrego, del fantasma del neofascismo.