Esta columna, la última del año 2015, no será un balance de los 365 días que están por culminar dentro de pocas horas. Lo impide la dinámica de la época del cambio, que arrancó todas las ínfulas de constituirse en tal; y por ende, reclama urgencia en cuanto a su estudio. Los análisis retrospectivos requieren de detenimiento en la observación, y la atención en esta hora la monopoliza la contundente y numerosa serie de noticias que está produciendo el nuevo gobierno nacional, lo cual ya es de por sí toda una definición acerca de lo que se dirá en estas líneas.
Maurizio Macrì ha optado por una tipología decisionista de jefatura. Carl Schmitt describió al decisionismo, desde la perspectiva ético-política, no como ausencia de valores y normas en la vida política, sino como convicción de que éstos no pueden ser seleccionados por medio de un proceso de deliberación racional entre visiones alternativas del mundo; valores y normas deben ser interpretados y decididos por quien detenta el poder. Existe, de hecho, una voluntad manifiesta en el discurso de Cambiemos por borronear diferencias, notorio en las apelaciones ‘todos’ y ‘juntos’ que lo pueblan. No estaríamos, así, ante una discusión entre dos variantes igual de válidas y admisibles de la disputa pública sino ante una gesta de saneamiento de lo que habría sido una invasión de la misma por un agente extraño a su ecosistema natural. Se trata, pues, de normalizarla.
Macrì dijo en campaña que no íbamos a una polémica por modelos económicos ni por ninguna otra cuestión esencial, sino simplemente ante la necesidad de pulir modalidades de administración.
Si se calificaba al kirchnerismo como una distorsión de los mecanismos regulares de la institucionalidad, y teniendo en cuenta que el ex mandamás de Boca Juniors ha elaborado ya cuantiosas modificaciones respecto de las realizaciones 2003/2015 –todas por decreto, sincerando que es por propia elección la gambeta a la convocatoria a sesiones legislativas extraordinarias y habiendo en marcha una tentativa de cooptación del máximo tribunal del país–, tenemos dos conclusiones posibles, antitéticas entre sí: suponer que las imputaciones a la ex presidenta CFK se debían a que, como efectivamente sucedió, jamás resolvió nada sustancial sino por vía parlamentaria, con lo cual habría que considerar la posibilidad de demencia en sus críticos; o bien, aceptar que en realidad lo que causaba molestia eran los beneficiarios de su acción de gobierno.
El desconcepto del ministro de Justicia, Germán Garavano, sobre la calidad de las mayorías que el Frente para la Victoria se cansó de construir en el Congreso nacional para aprobar sus proyectos más trascendentales sirve tanto para entender –cual se dijo aquí la semana pasada– que no es por las formas el litigio, como de pista en función de precisar dónde sí está el conflicto en curso. No hace falta abundar mucho en el recurso historiográfico para ubicar cuáles sectores son los apuntados cuando en Argentina gana espacio el juzgamiento a la legitimidad de untriunfo legal.
El periodismo que ahora oficia de vocería del nuevo circuito de poder, que excede y trasciende al oficialismo que por el momento lo conduce y sintetiza, se ocupa de ponderar a Macrì por lo que, es cierto, hasta aquí ha sido un indudable empeño en el ejercicio férreo del mando. Y frente a eso no los detienen ni siquiera las derivaciones dramáticas que podría acarrear una pérdida en el control del manejo de la represión de las protestas sociales, otra novedad de estas quince jornadas desde inaugurada la gestión amarilla: su recuperación de rango en el debate público.
Macrì ha optado por una tipología decisionista de jefatura. Carl Schmitt describió al decisionismo como convicción de que valores y normas en la vida política no pueden ser seleccionados por medio de un proceso de deliberación racional entre visiones alternativas del mundo; deben ser interpretados y decididos por quien detenta el poder
En la edición de septiembre de 2014 de la versión local de Le Monde Diplomatique, el sociólogo Gabriel Kessler hizo un repaso bastante amplio de la agenda social del ciclo kirchnerista.
Y entre el racconto de avances, retrocesos y matices en diversas áreas (trabajo, distribución del ingreso, educación, vivienda, inseguridad, salud, etc.), y el señalamiento de asimetrías en una tendencia general de mejoras, cerraba opinando que era posible englobar tamaña cantidad de datos en una noción única. Ese paraguas común es que “la igualdad está instalada como una demanda creciente de gran parte de la sociedad, omnipresente en el lenguaje de las reivindicaciones y en la lente con la que se miran, evalúan y critican distintas situaciones y políticas.” Es el despertar de este criterio como vara rectora de los desempeños lo que le asegura a la memoria de Néstor Kirchner y al futuro político de Cristina Fernández de Kirchner la belicosidad del establishment doméstico.
No es casual que se quiera atrapar el recuerdo del primero –ya muerto y por lo tanto imposibilitado para la réplica, pero conscientes quienes lo hacen del inmenso calor humano que lo acompañó en sus exequias–, para tergiversarlo como apenas un eficiente administrador de las cuentas públicas, que no como un luchador por la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. Nada que sorprenda, lo mismo se hace con el rescate del “tercer Perón”, no de aquel que disparó las luchas populares más encarnizadas en doscientos años de historia argentina.
El presidente de la Nación tomó nota de estas mutaciones y las incorporó a su relato la noche en que casi pierde la candidatura presidencial en su propio territorio a manos de Martín Lousteau, cuando, de repente, notificó de sus coincidencias con ejes centrales de la década tiránica.
Macrì es la expresión de segmentos que ansían una reversión del cuadro detallado por Kessler, y por consiguiente son contradictorios con la representación que todavía conserva el FpV, con la que entonces nada puede acordar el jefe de Estado porque las bases de sustentación de uno y otros son radicalmente incompatibles. La fe del ex alcalde porteño de imitar la naturaleza resolutiva de sus antecesores inmediatos, pero alterando sus contenidos, se explica en un marco social e institucional adverso a las razones que lo catapultaron a él hacia la cúspide.
Sólo podrá sentenciarse esta apuesta cuando afecte el bolsillo: la Corte y el AFSCA no se comen.