Desde el debate entre compañeros de la CP Descamisados San Martín surgió un texto colectivo al que Christian Dodaro y Omar Mendoza dieron cuerpo. En él se plantean varias autocríticas y se asumen desafíos para lo que viene.
-Perdimos vieja.
Lo dijimos al mismo tiempo, resoplamos y nos abrazamos. El domingo hicimos eso. Nos abrazamos y nos reencontramos con cada compañero y compañera sabiendo que, pase lo que pase, estaremos juntos.
El martes nos juntamos de nuevo y charlamos casi tres horas sobre lo que para nosotros implicó esta derrota electoral. Y así fueron saliendo distintas experiencias. Fuimos poniendo en palabras la angustia.
Así, entre mates, algunos señalaron lo que significó escuchar hablar por primera vez de Germán Abdala, antes de leer a cualquier teórico político y entender desde sus palaba la necesidad de dar una disputa por y dentro del Estado. Otros lloraron y extrañaron a ese Flaco virolo que nos juntaba, nos decía por dónde rumbear y nos enseñaba a ganar. Por primera vez en nuestra historia de militancia nos enseñaba a ganar.
Pero bueno, ahora la historia es otra y es momento de pensar y así, con bastante bronca discutimos y salió la cuestión de la reorganización del Estado en la última etapa el Kirchnerismo.
Algunos, con mucha bronca, se reían entre dientes de la juventud. Ese selecto grupo de chicos que actuó como formación pretoriana para cumplir un rol de cuidadores impolutos del Proyecto, pero con estética de partisanos. Y como dijo “el mendo” esa estética de partisanos, de resistentes no se condecía con los espacios de poder que ocupaban algunos de los pretores. Y esos pretores, desde esos lugares, no lograron ni construir espacios de reciprocidad con las poblaciones a las que se dirigían ni trasformar las lógicas y los intereses corporativos enquistados en el Estado. Partisanos sin ligazón con el pueblo y con poca puntería, pretores a los que nadie tenía miedo.
Y en medio de eso ¿qué era el proyecto? Otro problema. No podíamos ni podemos definir con claridad cuáles eran los objetivos programáticos. Eso sí, podemos enumerar un sin número de mejoras en la calidad de vida del Pueblo. Y de avances en la riqueza y desarrollo de la Patria. Pero así, Pueblo y Proyecto eran conceptos abstractos que siquiera podían ligarse uno a otro. Los sectores populares, los habitantes de los barrios, los trabajadores, los vendedores ambulantes, no se proyectaban en un discurso, que por cerrarse sobre sí mismo en un nosotros cada vez más exclusivo, no los interpelaba y no hacía parte a nadie. Por eso, si el candidato era el proyecto, no fue el candidato del pueblo.
Perdimos de vista las disputas por el sentido de patria, nación y pueblo en nuestra realidad latinoamericana. No pudimos dar batalla con los agentes corporativos de gestión de la información (lo que llamamos medios masivos) sobre la interpretación de las cosas. Los elegimos como antagonistas y no les dimos disputas y debates, como lo hacía Nestor, de cara al pueblo, cómo cuando denunció a Shell, respecto de las ideas de progreso.
Tampoco fuimos astutos en la forma en que planteamos la inclusión y la participación. Incluimos a todos y todas desde una apertura y generación de oportunidades de acceso a bienes materiales y culturales sin precedentes. Incluimos a todos y todas desde el consumo.
Pero no logramos su participación y su conciencia. No logramos construir un sujeto colectivo que retome la tradición de las luchas de ampliación de derechos. Derechos que como nunca se ampliaron. Pero eso, mientras nos peleábamos con Clarín, fuente de todos los males, generador de mentiras, los debates y los diálogos con esos a quienes nos dirigíamos eran cada vez menos. Y el poder fáctico, el que nos aumenta los precios de los alimentos, el que quiere reducir nuestros salarios, el de las multinacionales, el del capital financiero, se volvía invisible otra vez, como antes de 2001.
Hubo flancos débiles en la enunciación del kirchnerismo, la inflación, ganancias, los hechos de corrupción (tal vez una patada en el culo a Boudou a tiempo hubiera evitado problemas, pero no. Tal vez un trabajo de contrainformación, de debate en cada estación de trenes sobre los formadores de precios, pero no). Esos flancos sólo permitieron que se horadara la legitimidad de las acciones políticas en tanto no hubo un trabajo cotidiano en la creación de una conciencia sobre cuáles eran las causas que producían la inflación y porqué se medía así (la guita que nos ahorramos de pagar a los organismos internacionales y que se usa para promover el consumo interno).
Pero no, se eligió hablarnos entre nosotros y jauretchearla. El que no nos votaba era gorila, tilingo, sonso. No se daba cuenta de eso que nunca nos propusimos debatir con ellos, nunca los escuchamos.
Pensamos también en qué fue lo que nos ilusionó con recuperar la mayoría electoral. Desde el kirchenrismo fuimos, contrariamente a lo que dicen las apresuradas caracterizaciones de Sarlo y otros, restauradores de la institucionalidad de la República. En doce años se levantó de los escombros a un Estado destruido convirtiéndolo en un nuevo edificio institucionalmente fortificado, con el apoyo de los sectores sociales y gremiales en las primeras fases de gobierno. Se reconstruyeron los ámbitos de negociación colectiva del salario, se generaron por parte del Estado derechos a la seguridad social y de reconocimiento a la diversidad. Pero eso no fue acompañado de una implicación de los sujetos a los que esos derechos asistían, al menos no al punto de generar una conciencia orientada a la organización y participación política para su defensa. No supimos, no pudimos o no quisimos generar espacios de participación con la suficiente pluralidad.
Llegado el último periodo nos agrupamos desde sectores juveniles. Muchos de los jóvenes comenzamos a quedarnos pelados, nos duele el ciático y echamos pansa. Pero peor aún muchos optaron por burocratizarse antes de generar una masa crítica, para la profundización. En ese camino se generaron significaciones abstractas del tipo La Patria es el otro. Abstracta en tanto terminó siendo un otro al que los jóvenes no conocieron ni fueron capaces de interpelar, otro en el que las y los trabajadores no se reconocían. Durante nuestra experiencia de militancia hemos conocido a varios jóvenes, militantes y funcionarios, que a pesar de omitir el uso de la “s” al final de las palabras no lograban interpelar a los sectores populares.
En las cuestiones macro cometimos el mismo error. Apelamos al acceso a derechos. Aplicamos dinámicas masificadoras que tienden a la estandarización de los procesos productivos y laborales: lo mismo derecho para todo, lo beneficio para lo pibe de lo barrio. Pero estas dinámicas fomentaron una concepción y autopercepción de los sujetos como individuos, perdiendo de vista su pertenencia a comunidades, a estructuras. Apelamos a una matriz moderna e institucionalista de producción de individuos. Generamos sujetos que sólo se integraron con otros a través del consumo o en el marco de procesos de identificación, pero no de compromiso, producción ni creación.
No pudimos o no quisimos entonces influir, ni un poquito, en transformar la subjetividad en la que esos medios de la corpo tan bien inciden generando procesos que modelan la cotidianidad, los deseos, los miedos. Así es que la forma en la que comemos, nos vestimos,
nos juntamos con otros y le decimos a otros que somos diferentes a ellos fue moldeada por el mercado y poco pudimos hacer contra eso.
Aún con todos los derechos que el Estado garantizó en estos tiempos. Es que el despliegue de bienes, servicios y políticas, fue visto beneficios. No como conquistas, ni como elementos constitutivos de nada que interpele al pueblo como colectivo, como parte de un proyecto.
Pero algunos compañeros insisten en echarle culpas a otros. Quizás sea más fácil eludir las complejidades del poder y sesgar la realidad para que se ajuste a nuestras perspectivas.
Pero si lo hacemos así nos olvidamos de que nos ganó un populismo de derecha que tiene capacidad para construir discurso que nos tomó de antagonistas. Que produce sujetos deseantes que se identifican con una motivación y una serie de atributos tal como si compraran un helado al votar candidatos.
Y que nosotros, durante este tiempo, nada hicimos para modificar ese tipo de funcionamiento en los momentos de elecciones. Por el contrario, desde nuestro discurso nos alejamos cada vez más.
Y para seguir maltratándonos advertimos que también dejamos de lado las mediaciones territoriales y sindicales que eran la forma de discutir con las formas en las que los agentes corporativos de información moldean la percepción de la realidad.
Como nos decía una compañera el pibe de Lugano que consume que compra zapatillas, que tiene su celular, es producto de nuestro modelo, y bienvenido sea. Pero al mismo tiempo no construimos al pibe como sujeto. La AUH surge en plena crisis mundial. Cuándo necesitábamos meter guita en el consumo interno. Pero si apareció como algo dado, no como producto de una lucha, si surgió desde arriba y no implico organización colectiva ni reciprocidad alguna por partes de los que la cobraban. ¿Por qué la piba o el pibe que la cobran la tienen que entender cómo derecho?
El puntero de cada barrio (esos punteros que hábilmente compró el PRO) generaba y genera reciprocidad (da y ese dar crea obligaciones) nosotros no. La política social sin institución, sin ventanilla, ni puntero mejoró la situación económica en los barrios. Empoderó individuos en sus decisiones cotidianas, pero no los hizo sujetos de debate e intervención política. Este desprendimiento de las masas, este paso a la burocratización, generó que quienes debían ser parte de la dinámica movimientista se transformaran simples promotores del Estado. Los pibes buenos que en vez de remarcar lo político, hicieron voluntarismo.
Así la cosa no se trata sólo de política de trasferencia de recursos sino también de cuerpos y presencias. De estar, escuchar y charlar.
Perdimos por institucionalistas, no llegamos a reconstruir la institucionalidades en el territorio y nos ganó un populismo de derecha que juega para la tribuna y con el referí a favor.
La pregunta que surgía después de esta catarsis fue: ¿puede recuperar el Peronismo su base de trabajadores y capas medias ascendidas, un discurso movimientista moderno que reivindique las conquistas sociales obtenidas en este periodo histórico?
Y el Laucha, con sus veinte años, copó la parada y dijo que perdimos una elección, pero nosotros no nacimos de la victoria, si no de la lucha. Somos nosotros los que estuvimos proscriptos 18 años, a los que persiguieron, torturaron y desaparecieron 30 mil compañeros, a los que nos bombardearon en Plaza de mayo, y secuestraron el cadáver de Eva Peron por casi dos décadas.
Esta es una derrota más en las urnas. Algunos, que tanto daño nos han hecho putearan al
Pueblo, otros asumiremos las responsabilidades que el peronismo tiene que asumir para volver a representar a la mayoría de los argentinos.
Vamos a volver a militar en cada escuela, cada barrio, cada fábrica, con los oídos en el pueblo, con el corazón en américa latina. Vamos a laburar junto a nuestro intendente, junto al MUP, el Movimiento Evita y todas las organizaciones que rescatamos la tradición plebeya de la juventud peronista, junto a los gremios y a las Pymes.
Volver a las fuentes, y al barro a meter las patas, es la consigna.
Como dice el Martin Fierro: no me aparto de la huella, ni aunque vengan degollando.