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En los últimos años, los voceros de la oposición político-mediática han fatigado los estudios de televisión con la insistencia en el “relato” kirchnerista, término entendido, desde luego, no como la necesaria puesta en palabras de una ideología o el correlato verbal de una visión de mundo, sino como equivalente de la impostura, de una construcción ficcional para consumo de ingenuos y desprevenidos.
Sin embargo, son estos mismos gurúes de la verdad los que se ven obligados una y otra vez a forzar la realidad para intentar que los hechos se ajusten a la horma fantasmática de sus predicciones y deseos, en particular aquellos referidos al fin de ciclo del proyecto político iniciado en mayo del 2003. Así, cada tanto, insidiosamente, la realidad parece obstinarse en refutarlos con la contundencia del acontecimiento público y no resulta difícil imaginar la expresión de perplejidady estupor con que debieron presenciar el regreso de las fiestas populares como la del Bicentenerio, la infinita procesión que se acercó a dar el último adiós a Néstor Kirchner o aún la catarata de votos que consagró el segundo período presidencial de Cristina Fernandez de Kirchner, por mencionar sólo algunos hitos de innegable e impactante visibilidad de los últimos tiempos. En esta línea se inscribe el acto del sábado 13 de septiembre en el estadio Diego Armando Maradona, que congregó a por lo menos 40.000 jóvenes militantes de La Cámpora y donde el principal referente de la agrupación, Máximo Kirchner, pronunció su primer discurso político público.
Lejos de los artificios retóricos de los discursos políticos urdidos por asesores de importación como Durán Barba o Sergio Bendixen o por créditos locales de la publicidad como Ramiro Agulla y sin ese moderno apuntador electrónico que hace la delicias de los políticos “modernos”, llamado telepronter, las palabras de Máximo Kirchner, nítidas y despojadas, dieron cuenta de una elocuencia discursiva que es resultado directo de los núcleos de verdad y coherencia de su contenido, de una concepción de la política que lleva la marca indeleble del kirchnerismo.
Quienes desconocen esto y se empeñan en subestimar la formación y labor diaria incansable de la militancia, seguramente encontrarán serias dificultades a la hora de intentar explicar tan masiva convocatoria para dar respaldo a un gobierno que ya lleva más de once años en el poder. Tampoco les resultará sencillo desentrañar el motivo por el cual un dirigente político con escaso entrenamiento frente a un micrófono es capaz de articular con grandes dosis de espontaneidad un discurso con tanta carga emocional y gran calidad y riqueza conceptual.
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Lo interesante es que este aspecto conmovedor y nostálgico no relegó su valor como mensaje político de cara al futuro: “Los números tienen que cerrar con la gente adentro”
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El recuerdo de Néstor Kirchner impregnó el aire de la Paternal, potenciado por una especie de juego especular en el que los jóvenes advertían en el tono, en la inflexión de la voz, en la contundencia de sus frases y aún en muchos gestos del orador, los ecos y las huellas del padre, las increíbles similitudes que van más allá del mero aire de familia; al tiempo que Máximo manifestaba que era imposible no ver en cada uno de ellos el rostro de Néstor.
Lo interesante es que este aspecto conmovedor y nostálgico no relegó su valor como mensaje político de cara al futuro: “Los números tienen que cerrar con la gente adentro”, “No hay apellidos milagrosos, hay proyectos políticos que son proyectos de vida, que tienen que ser un proyecto de país”, “el último dique es Cristina”, “Este gobierno, por la voluntad de la Presidenta, por la madurez de la sociedad y por la entrega de los compañeros pudo mantenerse y llevar adelante las políticas que está llevando adelante” o “la Argentina no debe ser patrimonio de los violentos sino de los que están dispuestos a esgrimir en las urnas sus ideas, sus programas y su militancia”, son apenas algunos de los tantos pasajes de un discurso que puso de relieve las dificultades y los obstáculos que debieron enfrentarse para alcanzar las conquistas de la última década, pero también las expectativas de cara a lo que resta del mandato de Cristina Fernández de Kirchner y aún más allá del 2015.
Los ejemplos anteriores dan cuenta también de un rasgo resaltado luego por otro de los oradores del acto, Juan Cabandié: “Maximo tiene una capacidad: las cuestiones complejas las hace muy simples, con frases populares”. Es interesante contraponer esta capacidad de condensación del hecho político –una vez más, la ineludible referencia a Néstor- en expresiones sin dobleces y tan populares, con las rudimentarias simplificaciones y el empobrecimiento, por imperio del marketing y el oportunismo efectista, de la palabra pública a que nos tienen acostumbrados los principales referentes opositores.
Son ellos quienes terminan construyendo ese “relato” sin anclaje en la realidad, quienes chapalean en el magma viscoso de sus anuncios de catástrofes inminentes y diagraman artificios verbales que son auténticos catálogos del lugar común y de la demagogia (punitiva, si se habla de inseguridad, impositiva si hay que cuidar los intereses de las corporaciones) electoralista.
En un colmado estadio Diego Armando Maradona, en medio de la alternancia entre el silencio concentrado y los cantos que pasaron de ser la ayuda reclamada por el orador a vehículos de desahogo para tanta emotividad contenida, se escuchó otra voz: la de las convicciones y la coherencia, la de la gratitud a la militancia y la esperanza a la hora de encarar la continuidad de un proyecto que se vislumbra, ahora si, como irreversible.
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