Dentro de exactamente una semana estaremos a, apenas, veinticuatro horas de concurrir a las urnas para votar en las PASO nacionales. Y en medio, claro, de la veda. Vayan hoy, entonces, unas últimas consideraciones acerca de lo que nos aguarda en dicha instancia.
¿Es posible anticipar un desenlace? No. Pero consignar algunos datos puede servir a tal fin.
Suenan fuerte por estas jornadas las volteretas que ensayan Maurizio Macri. Que en el contexto de numerosas filtraciones que de varios de sus hombres de confianza se están conociendo a propósito de los lineamientos económicos del espacio que ¿conduce?, horadan su discurso.
El cambio que no lo sería tanto. O que lo sería de formas, lo que no cuaja con su base electoral, que impugna de fondo la experiencia kirchnerista. El ex presidente de Boca Juniors, imprevistamente, quedó, y justo en el momento menos conveniente, en un no lugar. El peor de los escenarios en política. Había hecho todo bien hasta que consiguió el apoyo de la conducción nacional de la UCR en su convención de Gualeguaychú, a principios de marzo. Pero de allí en más no paró de errar.
Pecado de soberbia, en lo más probable; de inexperiencia, otro tanto. Sobreestimación de Jaime Durán Barba, fundamentalmente. Interesan menos los motivos que el análisis de los hechos en concreto. Cunden desinteligencias –por decirlo suave– al interior del frente conservador que PRO integra junto con radicales y Elisa Carrió, Cambiemos. Esa alianza fue delineada para proveer a la postulación amarilla del desarrollo territorial de que carece más allá de CABA, pero el alcalde se extralimitó en cuanto a las proporciones que le correspondían a los suyos. Y el sustento que aspira de la tropa de Ernesto Sanz y compañía debe necesariamente ser correspondida en términos de sitiales representativos. Dicho sencillo: candidaturas que activen el aparato.
Por eso, aunque se trata de un recurso con el que sistemáticamente se procuran maquillar la deficiencias competitivas de las distintas oposiciones en relación al peronismo, las críticas que dedicaron tanto el establishment comunicacional como su preferido al sistema de boleta sábana, más que a la fuerza conducida por la presidenta CFK, apuntan a la militancia boina blanca de la provincia de Buenos Aires. Sobre todo por el reparto puerta por puerta de las papeletas, un tanto menos por la fiscalización el día de la verdad. Lo deslizó, si bien sotto voce, Joaquín Morales Solá, en la edición del miércoles último de La Nación; lo explican expertos rosqueros.
Si bien se mira, entonces, hoy Macri sufre una degradación similar a la que acabó con la carrera presidencial, que en un momento pareció indetenible, de Sergio Massa: la bifrontalidad entre lo que el duranbarbismo receta a su alumnado recitar en cámara y lo que su intelligentzia trafica en confianza se parece demasiado a la ancha avenida del medio que destrozó el artefacto del Frente Renovador -cuando su electorabilidad empezó a resentirse- hacia uno y otro lado de la polarización ideológica en que discurre la competencia en curso. Sin llegar a sufrir ese desgajamiento, los cimientos de Cambiemos crujen como el FR lo hizo durante los primeros meses de este año.
De hecho, las dudas que se encendieron alrededor del jefe de gobierno porteño le facilitaron algún resquicio a Massa para avanzar. No en los sondeos, donde sigue tercero cómodo. Pero el inverosímil panquecazo centrista de PRO lo habilitó a reubicarse en el tablero golpeando a las puertas del gorilismo más rancio, demagogia punitivista y vigilanteo de la asistencia social mediante.
A los divagues en torno a encuestas y acusaciones de hipotético fraude, se les pueden agregar los escandaletes en Tribunales, las operaciones sobre el precio del dólar ilegal y algunos conflictos sindicales de virulencia por lo menos sospechosa. Mientras varios referentes lúcidos del pensamiento conservador lentamente abren paraguas (Rosendo Fraga, Carlos Pagni, Jorge Asís, Eduardo Fidanza), todo parecería apuntar a desviar la atención de ello.
No es que uno quiera denunciar como se hacía con las brujas, pero se sabe: que las hay, las hay.
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Daniel Scioli y Carlos Zannini han transitado la campaña con llamativa armonía. Visto retrospectivamente, habría sido imposible adivinar el clima en que el Frente para la Victoria recorrió este trayecto antes que se definiera el cierre excluyente en uno de los referentes más discutidos de su interna, como lo fue en su momento el ex vicepresidente de la Nación.
Más allá del episodio que protagonizó con tintes de dramatismo Florencio Randazzo cuando el esquema se diseñó a mediados de junio, el contraste con las oposiciones no podría ser mayor.
Es cierto que para construir la mayoría de un triunfo eleccionario se requiere de alguna dosis de corrimiento que permita tender puentes con los sectores sociales no enrolados en el voto propio. Ahora bien, ello no puede tramitar de cualquier modo. Conviene evitar las contradicciones biográficas. No sólo por la extravagancia que implican per se, sino también para cuidar de que en la empresa de convocar lo ajeno no se termine resignando activos ya consolidados, que esterilizarían la vocación por la suma. La condición de oficialismo ayuda a tal efecto, porque permite plantear el desafío de futuro, que indefectiblemente trae cada elección, como etapa evolutiva de la que, a la vez, se somete a evaluación soberana. Por un lado u otro, el deber del equilibrio se impone igual.
Scioli se ha dedicado a contener a todas las porciones del Frente para la Victoria en este lapso, pues ese involucramiento es el que lo dota de la fortaleza comparativa que hoy pone a parir a sus retadores. A eso responden las promesas de creación de tres nuevos ministerios: Economía Popular, DDHH y Ciudades. Que, a la vez que atiende a nuevas demandas de la agenda -independientemente que ésa sea la mejor manera de hacerlo, o no-, interpelan a sectores que alguna vez le desconfiaron (organizaciones sociales, Madres de Plaza de Mayo). O que, sin haberse opuesto a su figura, hace rato pugnan por mayor significación institucional (intendentes).
La promesa de incorporar a la banca privada al programa Pro.Cre.Ar, por último, además de constituir lo más audaz que ha oído en esta oportunidad en el siempre incierto terreno de las promesas electorales, conjuga inteligentemente un reto que tiene la economía nacional a futuro (articular al sector privado en el crecimiento) a través de un sector que ha ganado bastante en estos doce años, sin por ello haberse comprometido virtuosamente con el ciclo que lo benefició.
Por supuesto que la frutilla del postre ha sido la cada vez más aceitada sintonía entre Cristina Fernández y su candidato. La normalidad con que han dividido tareas durante el corto tramo transcurrido desde que labraron trato hizo que ni la sorpresa por semejante nivel de entendimiento mereciera casi centimetraje periodístico. El peronismo en todas sus acepciones luce ordenado. Pero la clave en este proceso la constituye el pacificismo inédito en que, chirridos menores -y las más de las veces no del todo genuinos- al margen, se cocerá este cambio de mando. Lo que bloqueó el mejor pretexto que podrían haber agitado quienes desearan una reconfiguración profunda, como lo demuestra tanto esfuerzo por convencer de modificaciones suaves.
Es todavía una incógnita si CFK logrará anotar su nombre en la que Alejandro Horowicz denomina regla de oro del presidencialismo argentino: el presidente saliente elige a su sucesor. Pero su incidencia en tal expediente no conoce antecedentes desde la recuperación democrática en 1983.
Con una única excepción: Néstor Kirchner, cuando optó por ella. Viva la diferencia.