Hace quince días, se inició en esta columna lo que pretende ser una caracterización lo más acabada posible del ciclo histórico en curso, que, más que de gobierno, es un cambio completo de régimen.
Detrás de diagnósticos, programas, métodos y elencos renovados, lo que hay aquí es una filosofía que empuja para instalarse más allá de las urnas y de intérpretes ocasionales. Cuando se evocó la queja de 2010 de Carlos Pagni –que vocea en realidad la de los verdaderos impulsores de estos vientos– sobre la dirigencia argentina toda, por su “consenso precapitalista” con el matrimonio Kirchner –que explicaba desacuerdos menos profundos con ellos que los expuestos en la superficie mediática–, se intentó rastrear la añeja ansia del establishment por imponer la confusión entre sus criterios y los de Estado. Ese forzamiento correrá a través del Mani Pulite criollo.
Conviene anotar que Sergio Moro, el juez que protagoniza la versión brasileña de estas maquinaciones, comentó en 2004, en relación a la maniobra madre, nacida en Italia a principios de la década del ’90, que su legado más importante había sido la regeneración absoluta del sistema democrático de aquel país, que no el castigo específico de delitos de acción pública. Miguel Pichetto advirtió acerca de las eventuales derivaciones de esa empresa: allí, fue Silvio Berlusconi.
El PRO ganó el Ejecutivo nacional, pero la ecuación del poder, la institucional y aún más allá, no le es cómoda. Es minoría legislativa, para empezar. Por eso, hasta la AFA está en la mira amarilla.
Pareciera tan resuelto a avanzar esta vez, aquello que el presidente Mauricio Macri denomina Círculo Rojo, que aquí nos permitimos aventurar que el tornado podría incluso llevárselo puesto a él mismo, si no demuestra, además de voluntad, aptitud para la tarea que sólo circunstancialmente encabeza. No hay solidaridad de clase, va más allá la cosa; por ende, cualquiera es descartable.
Detrás de diagnósticos, programas, métodos y elencos renovados, lo que hay aquí es una filosofía que empuja para instalarse más allá de las urnas y de intérpretes ocasionales
Nótese que nadie en la prensa oficialista gasta mucha saliva en defender la torpeza que para la gestión exhibe a todas luces el ministro de Energía, Juan José Aranguren, arquetipo de la CEOcracia. Si al artefacto se le complica la marcha, el boomerang de Tribunales puede en algún momento volverse contra sus lanzadores. Por ahí anda el titular de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, avisando que tiene bien estudiado el modus operandi del Lava Jato, por si hiciera falta imitarlo. Vigila de cerca –y apura–, de hecho, las causas que involucran al kirchnerismo.
Elisa Carrió embiste contra él enviada por Macri a renegociar el apoyo de los dueños de la pelota. Ella le refrescó a Clarín que, respecto de la ley de medios, contó con los suyos. No con Lorenzetti.
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Javier González Fraga tuvo la valentía de sincerar los términos del debate. No tanto por el desprecio que con sus palabras dedicó a los segmentos sociales de menores ingresos. Más interesa, a los efectos de este texto, su conceptualización sobre la genuinidad en economía, habida cuenta que, se sabe, calificó a los años de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de irrealidad.
Viejo dilema: ¿cuál es el mejor combustible para el desarrollo, el hambre o el consumo popular?
Desde la misma trinchera ideológica, que risueñamente podría rotularse ortodoxia de izquierda, Pablo Gerchunoff advirtió hace poco que no hay en democracia chance de vuelta de campana sin el preámbulo de estallidos como los de 1989 y 2001. Junto al actual vicepresidente del Banco Central, Lucas Llach, escribieron en 2004 que “el rasgo genéticamente igualitario de la Argentina contradice las tendencias más favorables al crecimiento” (sic). Se culpa, pues, al yrigoyenismo y al peronismo por avalar la pasión reivindicativa ciudadana, y a otras corrientes partidarias por su incapacidad para combatirla eficazmente. Inauguramos esta serie diciendo que “defenestración del kirchnerismo busca convertirlo en un agente extraño al esquema, para con eso invalidar su siembra”.
Viejo dilema: ¿cuál es el mejor combustible para el desarrollo, el hambre o el consumo popular?
Eso se explora, por un lado, a partir del show montado alrededor de la cuestión lazarista. González Fraga descubre otra veta de la jugada: la intervención del Estado en economía para –al menos– morigerar los daños que produce el mercado como asignador primario de los recursos, no es una más de entre varias opciones factibles, cuando mucho ineficiente o inadecuada: es, lisa y llanamente una inviabilidad teórica. Y más aún, un virus que se requiere extirpar.
Saldada ya, entonces, la polémica sobre la existencia o no de un ajuste, por confesión de parte, resta discutir el tratamiento político que merecerá la reacción de una población en general acostumbrada a no resignar nada por las buenas. Manuel Barge suele recordar que los dos gobiernos no peronistas previos al de Macri (Raúl Alfonsín y Fernando De La Rúa) terminaron en medio de sendas declaraciones de Estado de Sitio. El fundador de Ámbito Financiero, Julio Ramos, dijo, en las jornadas posteriores al 19 y 20 de diciembre de la implosión neoliberal, que hasta Carlos Menem utilizaba a la Gendarmería para garantizar el reparto de polenta, mientras que los referidos mandatarios radicales lo hacían para reprimir. Gobernabilidad vía panza llena, o a palos.
A poco de asumir, Macri mandó a Patricia Bullrich a reformar el protocolo de actuación ante manifestaciones callejeras de las FFSS; y a mediados de esta semana, devolvió al jefe del Estado Mayor Conjunto de las FFAA atribuciones decisorias. Alfonsín se las había quitado todas a pocos días de rehabilitada la democracia. Ése fue el statu quo en esa área hasta el ex alcalde porteño. Esa misma tarde, los discursos con que los diputados de Cambiemos argumentaron a favor de la sanción de un par de proyectos sobre seguridad, hicieron énfasis en la urgente necesidad de desatar las manos policiales, presuntamente anudadas, para arreglar la situación en la materia.
Hay que unir la línea de puntos. Como las brujas, las represiones no existen; pero que las hay…