Resignificarse

Se ha escrito mucho acerca de libros quemados en las reacciones posteriores a la compleja derrota electoral peronista del domingo pasado. Peor que una caída es la imposibilidad de explicarla, y esa angustia se agrava en el marco de la posta que todavía le queda encarar al Frente para la Victoria en el balotaje del próximo 22 de noviembre. Complejidad es una variante aumentada de dificultad, y funda el desesperado desasosiego que cunde en estos momentos en campamento oficialista.

Porque la chance de revertir el resultado está; pero, claro, a condición de diagnosticarlo correctamente. Y el desparramo de estanterías conceptuales que supone la foto institucional que emerge del comicio general lo obstruye. De hecho, la sorpresa se expandió incluso entre la escuadra de Maurizio Macrì, cuyas mejores previsiones estaban en acercarse a apenas seis o siete puntos de Daniel Scioli, cálculos sustentados en basamentos estructurales históricos, más allá de encuestas: la inexistencia de corte de boleta –más que nada en PBA–, el estiramiento de brecha que habitualmente realizan en la instancia definitoria quienes puntean en las primarias, el techo del sufragio no peronista/antiperonista. Categorías y herramientas que se cayeron y complican el ordenamiento de una multiplicidad de datos en una sentencia única que los pacifique.

La chance de revertir el resultado está; pero, claro, a condición de diagnosticarlo correctamente. Y el desparramo de estanterías conceptuales que supone la foto institucional que emerge del comicio general lo obstruye

Una de entre esas notas distintivas, sin embargo, puede ofrecer una punta de la cual jalar para desensillar y que aclare. Entre los vencedores del fatídico 25-O se cuentan varios intendentes kirchneristas del conurbano bonaerense, que superaron por bastante las performances de Scioli y, sobre todo, de Aníbal Fernández. En los municipios siguen latiendo los ecos de un grito que estalló con la rebelión de coroneles que encabezó Sergio Massa en 2013, sacudón que en realidad condensa una serie de novedades políticas que en gran parte se disparan de la elevación de vara que el propio ciclo histórico inaugurado en 2003 produjo: es como el hambre, viene comiendo.

La serie de degradación social 1976/2001 condenaba a los intendentes al defensivismo como todo margen de acción. La contención del caos a base de entrega de bolsones de alimentos. Cuando, ya inaugurado el kirchnerismo, hubo plata para algo más, sin prisa pero sin pausa empezaron a darse modificaciones en el padrón de alcaldes. No se trata sólo de una cuestión biográfica, sino de modos de gestión. De ahí surgen Juan Patricio Mussi, Jorge Ferraresi, Martín Insaurralde, entre otros; y, claro, también Sergio Massa y Darío Giustozzi. Tipos que ampliaron su menú más allá de la vieja noción ABL, y a partir de ello se construyeron una dimensión propia de existencia política.

Ese proceso despuntó en 2005 con el duelo Cristina Fernández/Chiche Duhalde, que quebró el trato Eduardo Duhalde/Néstor Kirchner desde el que el santacruceño se había catapultado a la presidencia de la Nación dos años antes; se formalizó en 2007 y 2011, con desplazamientos internos colgados todos de la boleta de la boletas presidenciales de la actual primera mandataria; trajo ruidos en 2009 y 2013, cuando no fue posible contener esas diversidades en un dispositivo común –lo que en parte se saldó en 2015–, y continúa hasta la fecha: en la diversificación de responsabilidades municipales encajan mejor como candidatos, por ejemplo, los jefes de delegaciones de una ANSeS que también incrementó su funcionalidad desde la reestatización previsional de 2008.

Y aún La Cámpora se ha insertado en este fenómeno, consagrando a varios de sus integrantes en distintas ciudades, o participando decisivamente en las construcciones de otros postulantes.

No se trata aquí de analizar ese asunto en particular, sino de proyectar sus particularidades a la escena grande. Los problemas políticos que ha afrontado el gobierno nacional en el segundo período de CFK se disparan desde su incapacidad, y a veces dejadez, para abarcar las nuevas demandas de segmentos ciudadanos que sienten haber agradecido las conquistas aportando al 54% de la reelección, pero cuyas expectativas no han cesado, sólo cambian de pantalla. El aspecto subjetivo de ese drama es la simultánea ausencia de triunfos resonantes del FpV por fuera de los que ha aportado la propia presidenta de la Nación (2005/2007/2011). Reflejo de carencias de diferenciaciones, no contradictorias pero sí potables para las urnas, porque el voto es a personas.

El circuito socio-político que sustenta a la alianza Cambiemos, que arranca la carrera hacia la final desde la pole position, intenta ahora llenar de contenido ese triunfo. Que no es numérico, pero sí el mensaje político que se dispara de la satisfacción de expectativas previas.

Es válido y lógico que eso suceda. Aunque, probablemente, muy poco del score se argumente en cualquiera de las cosas que se vayan a decir a su respecto. De cara a la recta final, el kirchnerismo debe, ante todo, salir a pelear ese relato, refutatorio de su cosmovisión de las cosas, con otro. El scrum de alcaldes aludido, avalados en las urnas y con singularidades para atraer desde la positiva, puede convertirse en clave de la levantada, si refuerza en lo segundo como novedad de refresco. Engendrar la renovación desde las propias entrañas ha sido una sana costumbre del peronismo en su historia.

El scrum de alcaldes kirchneristas, avalados en las urnas y con singularidades para atraer desde la positiva, puede convertirse en clave de la levantada, si refuerza en lo segundo como novedad de refresco

De entre los derrumbes mitológicos del 25 de octubre último brota una camada que pone en aprietos a quienes gustan de agraviar la inteligencia del electorado, especialmente durante el transcurso de este 2015. Por el contrario, sabe evaluar bien por niveles de gobierno, y ejecuta. No se trata de un rebaño ignorante ni acrítico: ha castigado y premiado alternativamente. Pero, cuidado: vale esto, asimismo, para la nueva entente vencedora. El valor del hacer pesa en la selección, ése fue el criterio dominante. Ya no estará disponible esa modalidad de vitupero para adjetivar hipotéticas futuros fracasos si no retribuyen la confianza que han recibido, lo que no debería extrañar si insisten en forzar que fue en realidad la operación cultural gorila la que los catapultó.

Se leyó por allí que es posible para una oposición decir “yo sé lo que hay que mantener”. Y también lo es para un oficialismo decir “yo sé lo que hay que cambiar”. He aquí recursos humanos en los que encarnar la compaginación entre, para simplificar en la jerga de la hora, continuidad y cambio.

El peronismo es una cantera inagotable, aún en una dura jornada. Será cuestión de ponerla en juego.

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Pablo Papini

Abogado (UBA) // Twitter: @pabloDpapini