Las columnas de opinión –que se pretenden análisis neutrales pero son en realidad mensajes que transmiten los jugadores del tablero– publicadas entre el jueves y el viernes de la semana pasada, sobre el filo de la veda, coincidieron llamativamente. O quizás no tanto.
No dudaban del resultado del balotaje del último domingo. Que, tal lo preveían, decidió la consagración presidencial de Maurizio Macrì. El dilema había pasado a ser el margen de ese triunfo. No era casual, se insiste: sólo una ventaja amplia, razonaban bien, habilitaría una reconfiguración modélica abismal. Más allá de idas y venidas del que a partir del próximo 10 de diciembre será el nuevo inquilino de Casa Rosada en cuanto a temáticas de Estado varias, las relaciones de fuerza que se dibujan en los relatos mediatizados exponen una disputa que va más allá de lo electoral: hay, en lo inmediato, cuellos de botella económicos a tratar; cuyo formato de resolución es insumo principal de las discusiones que se litigaron hasta el comicio, y de las iniciadas desde entonces.
Una mirada retrospectiva permite aventurar que Macrì ya venía intuyendo que no arrasaría, y a ello deberían atribuirse los recules discursivos con los que clavó frenos en las horas finales de la campaña: descartó abrir importaciones, matizó su posición frente al cepo, se amigó con el gradualismo y escapó obstinadamente a cualquier precisión programática que se le pidiera.
La segunda vuelta está diseñada para votar ‘en contra de’, no ‘a favor’ –eso se hace en el turno inicial–, porque la oferta se reduce a sólo dos contendientes, y se pugna por la captura de quienes antes no se habían pronunciado por ninguna de las opciones supervivientes. Así las cosas, el agite del miedo, la táctica de Daniel Scioli para el último tramo del proselitismo, fue correcta según lo enseñado por los libros, y también en los hechos, de lo que da cuenta lo exiguo de su derrota. Por lo mismo, acertó su rival en responder con huidas, evasivas y apelaciones pacifistas.
Se estaba a la caza de una sociología no enrolada en ninguno de los extremos que inicialmente vertebraron el Frente para la Victoria y Cambiemos, cuya agenda es minimalista, y emergiera en 2013 para modificar la arquitectura de preferencias que dos años antes había elevado a la presidenta CFK a alturas que asustaron en su reelección. Reflujo que el kirchnerismo nunca pudo somatizar. Sergio Massa tuvo razón: la avenida del medio era importante. Impugnó el decreciente rendimiento del gobierno nacional 2011/2015 en materia socioeconómica: lejos se está de dramas, pero el propio kirchnerismo subió la vara de la exigencia, que acabó siendo la frontera desde la que se evaluó el segundo mandato cristinista. Hubo también la decisión oficialista de relegar esa representatividad en función de consolidar identidad propia de cara a la profundización prometida.
Que suponía, supuso, contradicciones más encendidas. Pero que, al mismo tiempo, se encararon con menor tropa, que ése fue el reverso del subrayado ideológico: abandonar alianzas antiguas.
Una mirada retrospectiva permite aventurar que Macrì ya venía intuyendo que no arrasaría, y a ello deberían atribuirse los recules discursivos con los que clavó frenos en las horas finales de la campaña. Massa tuvo razón: la avenida del medio era importante. El propio kirchnerismo subió la vara de la exigencia, que acabó siendo la frontera desde la que se evaluó el segundo mandato cristinista
Si Massa quedó en el camino fue porque dos organizaciones mucho más estructuradas que la suya, aunque insuficientes ambas para concretar el éxito por sí solas, sobrevivieron al recorrido largo que impone la arquitectura constitucional de la elección. Acertó en el diagnóstico, no así en la receta. Construcción de mayorías, ABC político cuya domesticación no fue obstáculo para el kirchnerismo en las victorias previas. Y que Scioli encaró recién en la tercera etapa –que no calculaba–, ya cuesta abajo, simplemente enunciando en el mes que tuvo para revertir el clima adverso las consignas del ex intendente de Tigre. En la última curva de la carrera, cuando se dirimía cuáles reparos –que contra Macrì y su cosmovisión de las cosas también los hay– pesaban más, casi le alcanza.
No pedían tanto, entonces, los despolitizados. Apenas una mención en la palabra oficial. Esto implica una autocrítica del firmante, quien celebró la agenda del gobernador candidato durante los dos tramos anteriores (agosto/octubre) porque se centró en desarrollo y contactos internacionales, dos ítems que considera imprescindibles en un debate público de calidad, pero que evidentemente no convocan multitudes. Pavada de olvido: antes de gobernar había que vencer. Scioli tuvo la mejor propuesta entre la oferta de postulantes, pero ¿olvidó? que tenía que venderla.
Como sea, si esa franja definió el fracaso del FpV, también marca los límites del futuro de Macrì. Entre la moderación que caracteriza al diferencial que le habilitó un logro estrecho, los escasos recursos parlamentarios con que cuenta para hacer frente a un peronismo debilitado pero que en la oposición siempre es un hueso duro de roer –y que irá hambriento a por su resignificación para el retorno–; y en el marco de una alianza sostenida en elementos que sí rechazan de fondo la totalidad de la experiencia kirchnerista –tanto como al peronismo en general–, se encuentra frente a un coctel de complejo amansamiento. Se votó mayormente por cambios, pero no por uno rotundo.
Como sea, si esa franja definió el fracaso del FpV, también marca los límites del futuro de Macrì. El peronismo tiene en lo inmediato el deber de la prudencia, pues carga con el lastre de acusaciones, infundadas, de boicot contra administraciones adversarias
Demasiado blandió el alcalde cabano que sus giros tendrán que ver apenas con formas, que hasta apostó fuerte, la noche de su casi derrota porteña ante Martín Lousteau, prometiendo continuidad de líneas centrales de los doce años K: el conflicto lo tiene ahora con su propia edificación, que lo acompañó bajo otras condiciones. Son los halcones que primero han desplegado sus alas luego de las primeras mesuradas reflexiones del presidente electo. Que, renunciando a toda ambición de singularidad, fueron los que hasta intentaron agitar fraude durante el recuento, conscientes de la necesidad de diferencias superiores para viabilizar un programa de shock ajustista.
Claro que la cortedad del menos de tres puntos de distancia frente a un espacio que cargaba con el mayor lapso en democracia al frente del Estado puede revertirse: ahí está el ejemplo de Néstor Kirchner para atestiguarlo, y renovadas tendencias que vienen enseñando que las legitimidades democráticas hoy día se construyen (o destruyen), más que el origen, con el andar de la gestión: esa particularidad también desemboca en las dificultades antes referidas.
El peronismo tiene en lo inmediato el deber de la prudencia, pues carga con el lastre de acusaciones, infundadas, de boicot contra administraciones adversarias. No tiene sentido ahora recordar que Víctor Martínez, vicepresidente de Raúl Alfonsín, puso menos empeño que Antonio Cafiero, entonces mandamás opositor, para salir en la foto del balcón de Casa Rosada durante la rebelión carapintada de 1987 que amenazaba al presidente; o que la gota que determinó la renuncia de Fernando De La Rúa fue la notificación de sus jefes de bloques parlamentarios de que dejaban de apoyarlo la tarde del 20 de diciembre, mientras afuera del palacio se desparramaba la barbarie.
No importa: para mucha sociedad, sobre todo los segmentos que más tallan en la palabra pública, el peronismo no deja gobernar a los demás. Lo que hace recomendable andar con pies de plomo. De todas formas, los litigios de esa interna –que existirán, y no deben asustar si se los tramita racionalmente–, habida cuenta la quema de papeles generalizada que lo afectó, no podrán resolverse en lo inmediato, ni resulta posible ahora aventurar nada al respecto. Lo que naturalmente reconduce todo hacia campamento del nuevo oficialismo. Lógico ante el vacío ajeno, que es más precisamente una incógnita; en definitiva, la iniciativa cambia de manos. Un rato, al menos.
En un presidencialismo fuerte como el argentino, hoy ya dependemos de otros. Ésa es la novedad.